1Cor. 8. 1-7.11-13;
Sal. 138;
Lc. 6, 27-38
La medida del amor, ¿hasta dónde tiene que llegar? Hoy nos ha dicho Jesús: ‘Sed compasivos… no juzguéis… no condenéis… perdonad… dar y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante…’ Nos va enseñando un estilo nuevo. Nos va enseñando una nueva forma de amar. Nos está señalando la amplitud que ha de tener nuestro amor. ‘Como vuestro Padre que es compasivo…’
Cuando amamos de verdad no ponemos límites ni medidas, no somos tacaños sino generosos. Cuando amamos de verdad lo vamos a hacer con todos y de forma generosa. Por eso no tenemos que mirar quien sea amigo o enemigo, quien me haga el bien o quien me haya hecho daño. Cuando amamos de verdad, repito, hay generosidad en el corazón y nuestra respuesta al otro nunca será ni la violencia ni la maldición, siempre será una respuesta de bien, de bendición, de generosidad para ser capaz si fuera necesario de desprenderme de lo que tengo para compartirlo con el otro; en nuestra respuesta de amor no estaremos buscando ni recompensas, ni compensaciones, ni correspondencias que pudieran ser como una paga a mi amor.
Es sublime lo que nos enseña Jesús. Tan sublime que en nuestros razonamientos humanos a veces nos cuesta entenderlo y pueden aparecer sutilmente rabitos de amor propio y hasta de egoísmo en nuestro amor. Somos fáciles para poner medidas, límites, condiciones. ¿Es que tengo que amar a todos? ¿es que tengo que amar también al que ha hecho daño? ¿y al que me cae mal? ¿y también a aquel que no es del grupo de mis amigos? ¿y aquel otro que es un egoísta y nunca ayuda a nadie? Siempre buscamos alguna pega, alguna dificultad.
Como decía el sabio del Antiguo Testamento – lo escuchamos el pasado domingo - nuestros pensamientos algunas veces son mezquinos y falibles. ‘¿Quién rastreará las cosas del cielo, quien conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría enviando tu Santo Espíritu desde el cielo?’ Es lo que tenemos que pedir.
‘Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo… amad a los enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo…’
La medida del amor, comenzábamos preguntándonos, ¿hasta dónde tiene que llegar? Aquí tenemos la respuesta. Un amor sublime, generoso, que nos supera y que entonces sólo con la fuerza de la gracia divina podremos tener. Un amor por el que tenemos que ser distintos. Porque además el modelo de nuestro amor es el amor que Dios nos tiene. ‘Compasivos como vuestro Padre que es compasivo… seréis hijos del Altísimo que es bueno con los malvados y desagradecidos…’
Es que los que creemos en Jesús, los que lo seguimos y somos sus discípulos tenemos un sentido distinto de las cosas, de la vida, del amor. Es precisamente lo que nos hace cristianos, discípulos de Jesús. Será nuestro distintivo. ‘En esto se conocerá que sois discípulos míos’, nos decía Jesús en la última cena cuando nos dejaba el mandamiento del amor.
Que nos conceda el Señor el Espíritu del amor.
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