1Rey. 17, 1-6;
Sal. 120;
Mt. 5, 1-12
El primer anuncio de Jesús al comenzar a predicar por Galilea era la invitación a la conversión porque llegaba el Reino de Dios. Ese anuncio del Reino de Dios, el explicarnos cómo era ese Reinado de Dios y cómo habíamos de pertenecer a él fue la constante de su predicación con las parábolas y con los signos que realizaba.
Hoy hemos comenzado a escuchar el llamado Sermón del Monte, discurso que resumen en cierto modo el mensaje del Reino y que comienza con la proclamación de las Bienaventuranzas. Viene a decir quienes van a pertenecer a ese Reino de los cielos, y podíamos decir que están como enmarcada en aquellas en las que nos dice ‘y de ellos es el Reino de los cielos’.
Podemos seguir recordando otros texto del evangelio, como fue la proclamación del texto de Isaías en la Sinagoga de Nazaret que nos narra san Lucas. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar el evangelio a los pobres – evangelizar a los pobres -…’ Hoy comenzará diciéndonos precisamente en la primera de las bienaventuranzas ‘dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos’.
Los pobres que son evangelizados; los pobres que poseerán el Reino de los cielos. Es muy significativo. Para ellos es la Buena Noticia de la llegada del Reino de Dios. ¿Para quienes mejor esa Buena Noticia que para aquellos que sufrían en su pobreza? ¿Pero no nos estará diciendo a nosotros que otro ha de ser nuestro estilo de vida para en verdad poder escuchar esa Buena Noticia? No serán los sabios y los entendidos, no serán los que se sientan llenos y satisfechos de sí mismos, no serán los que vivan la vida despreocupadamente pensando sólo en sí mismos y en sus satisfacciones personales, los que puedan escuchar y entender esa Buena Noticia, ese Evangelio del Reino de Dios.
Por eso en las bienaventuranzas nos hablará de los pobres y los que sufren, los que lloran y los que tienen deseos hondos, hambre profunda de cosas mejores, de un mundo mejor, los que tienen un corazón desapegado porque es puro y es limpio, los que en su compasión con los demás son capaces de cargar con el sufrimiento de los otros haciéndolo propio, los que viven comprometidos por hacer un mundo mejor y en paz y sufren en inquietud interior por ello, los que en verdad van a ser dichosos y felices con la llegada del Reino de Dios. No importará que sean incomprendidos o perseguidos; es más eso será motivo de gozo y alegría, porque por una parte eso sufrieron los profetas por el anuncio fiel de la Palabra de Dios, y por otra la recompensa que esperamos bien merece la pena porque será una dicha eterna.
Quienes siguen ese camino estarán ya viviendo el Reino de Dios, sentirán el consuelo y la misericordia de Dios, podrán conocer y contemplar a Dios, podrán llamarse y sentirse en verdad hijos de Dios. Entendamos y asumamos este mensaje que nos da Jesús. Hagámonos pobres, pequeños sin temer ser los últimos porque podremos llegar a ser los primeros en el Reino de Dios. Claro que para ello tendremos que cambiar el corazón, darle una vuelta grande a los planteamientos que nos hacemos en la vida y a nuestro estilo de vivir. Pero el Evangelio, esa Buena Noticia tiene que significar mucho para nosotros.
En la primera lectura hemos escuchado el inicio de unas lecturas que vamos a escuchar sobre el profeta Elías. El que también sufrió por ser fiel a Dios. Pero el que es el paradigma de los profetas por esa vida de fidelidad, por ese anuncio valiente, por ese trasmitirnos la verdad de Dios. Ya seguiremos reflexionando sobre este profeta.
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