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miércoles, 9 de junio de 2010

¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!

1Rey. 18, 20-39; Sal. 15; Mt. 5, 17-19

‘Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa esta gente que Tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres Tú quien les cambiará el corazón…’ Era la súplica, la oración de Elías al Señor confiando que se manifestaría la gloria del Señor y todos volverían a la fe verdadera. ‘¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!’, exclamaron todos cuando se manifestó la gloria del Señor, como hemos escuchado.
Cuando los israelitas se establecieron en la tierra de Palestina se encontraron en medio de otros pueblos que ya la habitaban pero que eran un mundo pagano que tenían sus propios dioses, en este caso, los baales. A pesar de que sus padres habían experimentado la presencia Dios en medio de ellos, que los había sacado de Egipto, atravesar el mar Rojo y cruzar el desierto para darles esta tierra, sin embargo se veían tentados de abandonar al verdadero Dios y rendir culto a los baales.
Pero Dios hacía surgir profetas como Elías que les trasmitían la Palabra de Dios y luchaban por mantenerlos en la fidelidad a la Alianza y en el culto al verdadero Dios. Es la lucha que contemplamos en el libro de los Reyes y que es lo que venimos escuchando en estos días. ahora el pueblo que había caminado confundido reconoce las maravillas del Señor. ‘¡El Señor es el Dios verdadero! ¡El Señor es el Dios verdadero!’
Una lección para nosotros. No podemos apartar nuestro corazón de Dios que es nuestro Padre y que de tantas maneras nos ha mostrado su amor, que nos ha enviado a Jesús como nuestra vida y salvación. Pero aunque nos decimos que creemos en un solo Dios, también nosotros podemos sentir la tentación del abandono de Dios. podemos querer hacernos un Dios a nuestra medida, o podemos apegar nuestro corazón a muchas cosas que convertimos en dioses de nuestra vida.
No querremos llamarnos idólatras pero sí nos creamos nuestros dioses en tantas dependencias que tenemos de cosas en la vida, materialismos y sensualidades, rutinas y comodidades, relativismos y frialdades espirituales que se nos meten muy dentro de nosotros, sin las cuales pareciera que no nos podemos pasar y nos pueden llevar al abandono de Dios, al abandono de nuestra fe con todas sus consecuencias. Y así pronto también nosotros podemos olvidar lo que es el verdadero mandamiento del Señor.
Por eso el cristiano siempre tiene que estar vigilante para mantener íntegra su fe. El cristiano ha de estar atento para no dejarse arrastrar por tantos relativismos morales que nos van a llevar por un camino de perdición. Qué fácil es comenzar a darle poca importancia a las cosas que verdaderamente lo tienen, y al final nos queremos hacer unos mandamientos a nuestra medida olvidando lo que es la verdadera voluntad del Señor.
Jesús hoy en el evangelio también nos previene ante esa tentación de que con El vamos a olvidar la ley del Señor. ‘No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir sino a dar plenitud’. Que sepamos encontrar esa plenitud que nos quiere dar Jesús, buscando siempre lo que es la verdadera voluntad del Señor. Que no caigamos en la tentación de lo cómodo o de lo fácil, que no rehuyamos el sacrificio y el espíritu de superación en nuestra vida. Que busquemos siempre esa meta alta de santidad que Jesús nos propone como seguiremos escuchando en los próximos días en el Sermón del Monte.
Busquemos esa plenitud que nos lleva a la santidad. Que nos dejemos cambiar el corazón por la fuerza del Espíritu del Señor.

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