Ez. 34, 11-16;
Sal. 22;
Rm. 5, 5-11
Lc. 15, 3-7
‘Los proyectos del corazón del Señor subsisten de edad en edad, para librar las vidas de sus fieles de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre’. Con estas palabras tomadas del salmo 32 iniciaba la liturgia de este día la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Como decíamos en la oración ‘al celebrar la solemnidad del Corazón de tu Hijo unigénito, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros…’
Todo nos habla en este día del amor del Señor. ‘Los proyectos del corazón del Señor’ que son siempre proyecto de amor para nosotros, amor eterno de Dios. La imagen del Corazón eso quiere expresar, porque incluso en nuestro lenguaje relacional hablar del corazón es hablar de la amistad, del cariño, del amor que sentimos hacia aquellos que están cerca de nosotros. De ahí esta devoción tan hermosa que nos quiere hacer profundizar en el amor de Dios.
Para hablarnos de todo lo que significa Jesús para nosotros con el lenguaje de la Biblia empleamos diversas imágenes, porque es tanto lo que El es para nosotros que nos es imposible algunas veces expresarlo con nuestras palabras o reducirlo a unas ideas. Hoy en la liturgia la imagen que se nos presenta es la del Buen Pastor.
Tanto ese hermoso texto del profeta Ezequiel que nos habla del pastor que sigue el rastro de su rebaño, que lo busca y que lo alimenta, que lo libra de todos los peligros y lo conduce por buenos caminos, como luego la parábola del evangelio que en cierto modo viene a abundar en lo que ya nos decía también el profeta. ‘Buscaré las ovejas perdidas , recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas… las apacentaré como es debido’. Qué más se nos podría decir.
Nos habla el evangelio de la alegría del pastor que encuentra a la oveja perdida y hace fiesta. ‘Felicitadme, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Había dejado las noventa y nueve bien guardadas en el redil para ir a buscar la oveja perdida. Cuánto es el amor que Dios nos tiene. Cómo nos busca y nos llama.
Ha ofrecido su vida por amor a nosotros, se ha entregado en la entrega más sublime en el sacrificio de la cruz. Porque quiere que tengamos vida y que la tengamos en abundancia. Como no decía Pablo en la carta a los Romanos ‘la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros…’ Así ha derramado su amor por nosotros. Nos da su Espíritu para llenarnos de su amor pero para que también nosotros amemos con el mismo amor.
¡Cuál ha de ser nuestra respuesta? Amar con el mismo amor. Pero para ello hemos de ir a beber a la fuente de su vida divina. Pedíamos ‘recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia’. Y en el prefacio vamos a proclamar y dar gracias a Dios porque ‘con amor admirable se entregó por nosotros, y elevado sobre la cruz hizo que de la herida de su costado brotaran, con el agua y la sangre, los sacramentos de la Iglesia; para que así, acercándose al Corazón abierto del Salvador todos puedan beber con gozo de la fuente de la salvación’.
Vayamos, pues, a la fuente de la vida divina, a la fuente de la gracia, al corazón de Cristo de donde brotan los sacramentos que nos llenan de vida y de gracia. Vayamos hasta Cristo para empaparnos de su amor. Vayamos hasta Cristo para unirnos tanto a El que con El nos hagamos uno, nos configuremos con Cristo. Vayamos hasta Cristo para alimentarnos de su amor, pero para salir de El cada vez más fortalecidos, pero también más convencidos de que podemos, de que tenemos que llevar ese amor a los demás. Es el amor el que nos salva; es el amor de Cristo el que salvará al mundo. Somos testigos pero también tenemos que ser operarios que siembren ese amor en los demás.
Y en este día de clausura del Año Sacerdotal una palabra breve para exhortaros a que no os olvidéis nunca de vuestros pastores, los sacerdotes, en vuestras oraciones. Así como durante todo este año hemos ido elevando una y otra vez nuestra oración por los sacerdotes, porque se acabe el año sacerdotal no significa que tenga que dar por concluida ya esa oración por los sacerdotes. No olvidéis que igual que la iglesia, el pueblo cristiano necesita de sus sacerdotes, los sacerdotes necesitan también del apoyo, del aprecio, de la oración del pueblo cristiano, para que así no nos falte nunca la gracia del Señor para el cumplimiento de nuestra misión, para el crecimiento en esa santidad que en todos tiene que brillar.
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