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jueves, 17 de junio de 2010

Hagamos profesión de nuestra condición de hijos al rezar el Padrenuestro

Eclesiástico, 48, 1-15;
Sal. 96;
Mt. 6, 7-15

‘Cuando recéis no uséis muchas palabras… vosotros rezad así…’ Y nos propone Jesús como modelo de nuestra oración el Padrenuestro. Ya en lo que escuchábamos ayer nos decía cómo habíamos de interiorizar dentro de lo secreto de nuestro corazón para orar a Dios, para sentir su presencia y escuchar a Dios. Hoy nos propone el modelo de nuestra oración. Mucho tendríamos que meditar sobre ello para aprender a orar de verdad tal como Jesús quiere que sea nuestra oración.
San Cipriano, Obispo y mártir de la Iglesia primitiva y gran doctor de la Iglesia hace una hermosa explicación del padrenuestro que quienes rezamos la Liturgia de las Horas tenemos oportunidad en estos días de leerlo en el Oficio de lectura. Entresaco algún párrafo que nos ayude en esta breve reflexión en nuestra celebración.
‘¡Cuán importantes, nos dice, cuántos y cuán grandes son los misterios que encierra la oración del Señor, tan breve en palabras y tan rica en eficacia espiritual! Ella, a manera de compendio, nos ofrece una enseñanza completa de todo lo que hemos de pedir en nuestras oraciones. Vosotros – dice el Señor – rezad así: Padre nuestro que estás en los cielos…
El hombre nuevo,
continúa diciéndonos, nacido de nuevo y restituido a Dios por su gracia, dice en primer lugar: Padre, porque ya ha empezado a ser hijo. La Palabra vino a su casa – dice el Evangelio – y los suyos no la recibieron. Pero a cuántos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Por esto, el que ha creído en su nombre y ha llegado a ser hijo de Dios debe comenzar por hacer profesión, lleno de gratitud, de su condición de hijo de Dios, llamando Padre suyo al Dios que está en los cielos’.
Muchos más párrafos podríamos entresacar de los comentarios de san Cipriano, pero bástenos este breve párrafo. Creo que si consideráramos bien la dicha que tenemos de poder llamar a Dios Padre seguro que nuestra oración y nuestra vida toda sería bien distinta. Es algo que no hemos de cansarnos de considerar. Dios es mi Padre que me ama. Es nuestro Padre que nos ama. Con cuánta confianza hemos de acudir a El no sólo en nuestras necesidades, sino en cada momento de nuestra vida para gozarnos en su amor.
Por ahí tendríamos que comenzar cada vez que rezamos el Padrenuestro, saborear esa palabra, saborear que podamos llamarlo Padre y podemos sentirnos sus hijos. De ahí fluiría nuestra oración de una forma hermosa. De esa dicha vivida en lo hondo de nuestro corazón nuestra actitud hacia Dios sería bien distinta. ¿Cómo no vamos a querer glorificarle en todo momento? ¿Cómo no vamos a reconocerle en verdad como nuestro Rey y Señor, el verdadero centro y motor de toda nuestra vida? ¿Cómo no vamos a mostrarle todo nuestro amor buscando siempre y en todo lo que es su voluntad?
Sabiendo cuánto nos ama, como nos dice hoy, ya no necesitaríamos muchas palabras para presentarle nuestros deseos o las peticiones por aquellas cosas que nos preocupan, porque sabemos que siempre están en su presencia. Sabiéndonos amados así de Dios que es nuestro Padre sentiremos al mismo tiempo su fuerza y su gracia que nos libera del mal, nos hace fuertes en la tentación, nos hace amar de una manera nueva a los demás incluyendo siempre el perdón.
Aprendamos a saborear la oración del Padrenuestro. Meditémosla muchas veces, diciéndola pausadamente, deteniéndonos en cada palabra, en cada invocación. Evitemos toda rutina al hacer nuestra oración. Pensemos siempre cómo estamos en la presencia de Dios que nos ama y con cuánto amor tenemos que amarle.

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