Hechos, 7, 51-59;
Sal. 30;
Jn. 6, 30-35
Jesús les diría un día a sus discípulos: ‘Acordáos de las palabras que os he dicho: no es el siervo mayor que su señor, ni el enviado mayor que el que lo envía, ni el discípulo mayor que su maestro… si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán… os echarán mano y os perseguirán, os arrastrarán a las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por causa de mi nombre…’
He querido recordar estas palabras de Jesús cuando hemos escuchado en el relato de los Hechos de los Apóstoles del martirio de Esteban que se iba a convertir en el primer mártir, el protomártir. Estamos viendo como calcado en Esteban el cumplimiento de las palabras de Jesús, que ‘lleno de gracia y de poder realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo’, como escuchamos ayer. Se repite en cierto modo lo que anteriormente se nos ha dicho de la predicación y del actuar de los apóstoles. Ayer escuchábamos cómo ‘no podían hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba’.
Hoy contemplamos cómo sus palabras provocan la ira de los judíos que lo echan fuera de la ciudad y allí lo lapidan hasta darle muerte. Esteban, ‘lleno del Espíritu Santo’ contempla la gloria de Dios y con la fuerza del mismo Espíritu podrá repetir palabras y gestos de Jesús en su muerte en la cruz. También como Jesús pedirá a Dios que no tenga en cuenta el pecado de aquellos hombres, como Jesús que desde la cruz los disculpaba: ‘Señor, no les tengas en cuenta su pecado’; igualmente en el momento de expirar pondrá su vida en las manos de Jesús como éste lo hiciera en la Cruz poniéndose en las manos del Padre: ‘Señor Jesús, recibe mi espíritu’.
El proceso contra Esteban y su martirio podíamos decir que reproduce en cierto modo el proceso contra Jesús y su pasión y muerte. Unos testigos falsos también atestiguarán para buscar motivos para darle muerte y ya hemos escuchado como repite los gestos y las palabras de Jesús en la cruz. Sólo quien está lleno del Espíritu de Dios como lo estaba Esteban podía hacerlo. Pero aquí vemos también el cumplimiento de lo anunciado por Jesús que nos dijo que no nos preocupáramos de nuestra defensa porque El nos daría su Espíritu que sería nuestra fortaleza y pondría palabras en nuestros labios.
Esteban es el testigo de Cristo que proclama el evangelio con arrojo y valentía porque lo guía la fuerza irresistible del Espíritu. Recordemos cómo los apóstoles le habían impuesto las manos cuando fue elegido para ser uno de los siete primeros diáconos, como hemos visto en días pasados. Da testimonio Esteban ante los jueces y ante quien quisiera oírlo de cómo contempla la gloria de Dios y llega a dar el supremo testimonio del martirio, testimonio a precio de su sangre.
¿Qué podemos colegir nosotros de todo esto que estamos recordando y reflexionando? Por una parte ser capaces de poner nuestra vida siempre en las manos del Padre, porque en todo siempre queremos hacer su voluntad. Por otra parte se capaces como Jesús en la cruz y como Esteban en su martirio de perdonar y de disculpar siempre incluso a aquel que nos haya podido hacer mal.
Recordar finalmente también que nosotros hemos de ser testigos, que a nosotros también se nos ha dado el don del Espíritu Santo en el Sacramento de la confirmación que nos convierte en testigos, en heraldos de Cristo. Que el Señor nos dé esa misma valentía y audacia para llevar el nombre de Jesús a los demás, para empapar este mundo en que vivimos de Evangelio. Que el Espíritu nos vaya inspirando en todo momento esas obras buenas que hemos de hacer, esa valentía del bien y del amor con lo que nos convertimos en esos testigos valientes de nuestra fe, de Cristo nuestro Señor.
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