Hechos, 9, 1-20;
Sal. 116;
Jn. 6, 53-60
Cuando escuchamos el relato del martirio de Esteban se nos decía que quienes lo apedrearon ‘dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo… que éste aprobaba aquella ejecución’.
Hoy lo vemos con ‘cartas del Sumo Sacerdote para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse a Jerusalén presos a todos los que seguían el nuevo camino, hombres y mujeres’. No es de extrañar, pues, la reacción de Ananías cuando recibe la visión del Señor diciendo que ‘ha oído hablar a muchos de ese individuo y del daño que ha hecho a los fieles de Jerusalén…’
‘Este hombre es un instrumento elegido por mí, le dice el Señor, para dar a conocer mi nombre a pueblos y reyes, y a los israelitas…’ Ya tendremos ocasión de ver toda la tarea que le confía el Señor. Dios lo había escogido, le había salido al encuentro en el camino de Damasco. ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... soy Jesús a quien tú persigues. Levántate y entra en la ciudad que allí te dirán lo que has de hacer’.
El resplandor de la luz de Cristo que le había salido como un fogonazo de un relámpago le dejó ciego para los caminos de este mundo. Algo nuevo tenía ahora Saulo que ver. ‘Lo llevaron de la mano hasta Damasco’. La luz de Cristo le iba a iluminar totalmente, aunque ahora en su confusión sus ojos estuvieran ciegos. Cuando recibiera el Bautismo sus ojos se abrirían pero ya de otra manera. No era otra cosa lo que iba a mirar en adelante sino a Cristo a quien iba a tener muy presente en su vida. ‘Inmediatamente se le cayeron de los ojos como una escamas y recobró la vista’. Quien había venido como perseguidor, pronto ‘se puso a predicar en las sinagogas afirmando que Jesús es el Hijo de Dios’.
Tendremos oportunidad de seguir contemplando el camino de Saulo, que pronto sería Pablo, porque en el tiempo pascual leemos los Hechos de los Apóstoles de forma continuada y a partir de cierto momento va a haber un seguimiento muy intenso de la actividad de Pablo en sus primeros viajes apostólicos hasta que llegue preso a Roma.
Hoy nos quedamos con este encuentro con Cristo y su conversión. Cristo es el que le busca y le sale al encuentro. La luz de Cristo le ilumina de una forma distinta como también a nosotros. Cristo nos sale al encuentro también tantas veces con su luz pero cuánto nos cuesta dejarnos transformar por El. Esto es hoy una invitación para aprender a escuchar esa voz de Cristo que nos llama y nos pide cada día la transformación de nuestro corazón.
Cristo que viene a nosotros para darnos vida y se hace comida para que tengamos vida para siempre. Y hacemos ahora referencia al evangelio que con el discurso del Pan de Vida hemos venido escuchando estos días. Pero la riqueza de la Palabra de Dios que se nos ha ido proclamando ha sido grande y hemos tenido que optar en esta ocasión por comentar con mayor detalle lo que nos ha ido narrando el libro de los Hechos de los Apóstoles. Pero, por supuesto, ahí está toda la riqueza y profundidad del Evangelio que no podemos olvidar.
Aquí estamos ahora celebrando la Eucaristía donde Cristo mismo se nos da y se nos hace alimento de nuestra vida. ‘Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida’, hemos escuchado. ‘El que me come vivirá por mí… el que come de este pan vivirá para siempre’. Que nos llenemos en verdad de Cristo, de su vida, para que tengamos vida para siempre. Con su fuerza no sólo nos alimentamos, sino que se transformará nuestro corazón.
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