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martes, 9 de marzo de 2010

Seamos misericordiosos como grande es la misericordia del Señor

Dan. 3, 25.34-43;
Sal. 24;
Mt. 18, 21-35

‘Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿hasta siete veces?’ Es la pregunta de Pedro a Jesús. Y ya sabemos cómo Jesús sentencia firme y tajantemente que tenemos que perdonar siempre. Y además nos propone la parábola del hombre que es perdonado y luego no sabe perdonar a su hermano.
Pero antes de entrar en más detalles con sinceridad reconozcamos, ustedes y yo también, que esa pregunta de Pedro nos la hacemos nosotros muchas veces. Nos cuesta perdonar, seamos sinceros. Nos cuesta perdonar, cuando aquel que nos ha ofendido o nos ha molestado es reincidente en su ofensa o en su molestia. Pero, ¿tengo que perdonarlo otra vez?
La parábola que nos propone Jesús nos hace mirarnos a nosotros mismos por muy santos y buenos que nos creamos. Somos pecadores, y no pecadores de una vez, sino pecadores reincidentes. ¿Te habrás parado a ennumerar cuantas veces te has acercado a Dios para pedirle perdón por tus pecados en los que reincidimos una y otra vez? Y ¿qué hace el Señor? ¿Nos dirá porque ya te perdoné una vez ese pecado y has vuelto a caer en el mismo ya no te voy a perdonar más? No es así la misericordia de Dios.
Por eso la parábola nos está invitando a que seamos conscientes cómo el Señor nos ha perdonado y nos ha perdonado una y otra vez. ‘Un rey quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que le debía diez mil talentos… arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo… tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar perdonándole la deuda’.
Así es de generoso el Señor. No podemos pagar porque la ofensa es grande. Es el amor infinito de Dios el que hemos ofendido. Será ese amor infinito de Dios, que nos entrega a su Hijo que derrama su sangre y entrega su vida por nosotros, el que borra nuestras culpas, perdona nuestros pecados.
¡Qué hermosa oración la de Azarías en el libro de Daniel! Es la oración del hombre que se siente pecador; es la oración del pueblo que reconoce su pecado y su infidelidad. ‘Somos los más pequeños de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados… acepta nuestro corazón contrito, y nuestro espíritu humilde…’ más que todos los holocaustos y sacrificios ‘sea hoy éste nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, porque los que en ti confían no quedan defraudados…’ ¡Cómo tendríamos que aprender a presentarnos ante el Señor con sinceridad, con humildad, con amor.
Si consideramos todo esto, ¿por qué no somos compasivos y misericordiosos con nuestros hermanos? Ya sabemos cómo continúa la parábola. El que encontró compasión con su señor no fue capaz de tener compasión con su compañero. El debía diez mil talentos y se les perdonaron, a él le deben cien denarios y no es capaz de perdonar. ¿Merecía compasión de su señor el que no había sido capaz de tener compasión con su compañero?
‘¿Cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano?’ es la pregunta que nos hacemos. Considera lo que el Señor te perdona a ti para que tú tengas igualmente compasión del hermano.
‘Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden’, decimos en el padrenuestros como nos enseñó Jesús. ¿Lo pediremos con autenticidad y sinceridad cuando rezamos el padrenuestro cada día? ¿Quién soy yo para juzgar y condenar al hermano? Por qué si tuvo un día la desgracia de caer le voy a seguir teniendo en cuenta para siempre su caída (su pecado)? Seamos misericordiosos como grande es la misericordia del Señor.

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