2Rey. 5, 1-15;
Sal. 41;
Lc. 4, 24-30
La sabia pedagogía de la cuaresma nos va ayudando a recorrer este camino que nos prepara y nos conduce a la Pascua, iluminándonos con la Palabra de Dios que cada día se nos proclama.
Repetidos anuncios de Pascua se nos van haciendo para que no olvidemos la meta de este camino, que son anuncios de pasión y cruz como hoy se refleja en el rechazo de las gentes de Nazaret que ya incluso quieren llevar a la muerte a Jesús. ‘Lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo…’
Pero también la palabra nos ilumina y nos ayuda en diferentes aspectos de nuestra fe y nuestra vida cristiana que hemos de ir aquilatando y purificando muy bien para que nuestra fe sea la más auténtica y vivamos con toda intensidad la celebración de la Pascua y haya en verdad pascua salvadora en nuestra vida.
Jesús había sido bien recibido en principio en su presentación en la sinagoga de Nazaret. Estaban llenos de orgullo por las palabras de gracia que salían de su boca, y era una de ellos, allí se había criado y por allí estaban sus parientes, presentes quizá algunos también en aquella ocasión en la sinagoga.
Pronto, sin embargo, se volverían interesados. ‘¿Por qué no haces aquí los milagros que sabemos que has hecho en Cafarnaún?’ No era por ese camino por dónde habían de aceptar a Jesús. no era ésa la fe que Jesús quería provocar en ellos. Y esa clarificación va hacer que surja el rechazo, que, como dijimos, en cierto modo es anuncio de pasión y de pascua.
‘Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra’. Y les recuerda ‘muchas viudas había en Israel en tiempos de Elías… muchos leprosos habían en Israel en tiempos de profeta Eliseo…’ Pero a quienes se va a manifestar la acción de Dios y la gloria del Señor es al que, sintiéndose pobre y vacío de sí mismo porque nada tiene pos sí ni le tienta el orgullo, acude con fe al Señor. Será la viuda de Sarepta que llegará a dar el último puñado de harina y el poco aceite que le queda para hacerle un panecillo al profeta; será Naamán, el sirio, cuando se apea de su orgullo, que además no son judíos sino extranjeros.
Precisamente en la primera lectura hemos escuchado el relato de la curación de Naamán, el sirio. Un relato que nos trasmite todo un proceso que se realiza en aquel hombre. Mientras el sirio se presenta desde la prepotencia de sus riquezas y poderes, desde el orgullo de su condición de hombre poderoso, no va a obtener la curación. Cuando se baja del caballo de su orgullo y se sumerge humildemente en las aguas del Jordán como le pedía el profeta aunque fuera un río menor comparado con los de su tierra y lo que le pidiera Eliseo eran cosas humildes y sencillas, es cuando va a obtener el favor de Dios, es cuando nacerá la verdadera fe en él.
Se había presentado cargado de riquezas y opulentos dones. Quería que poco menos que el profeta se postrase ante él como si Dios estuviera a su servicio. Pensaba que así podría comprar el favor de Dios. ¿Nos sucederá a nosotros algo parecido? Buscamos grandiosidades, nos creemos merecedores de todo, ante todos y ante Dios, porque yo he sido bueno,, porque yo he hecho tantas cosas buenas. Hasta tengo el reconocimiento de los hombres en una plaquita con mi nombre puesta donde todos la vean, o tengo tantos diplomas merecidos por mis cosas buenas… No serán cosas así, pero muchas veces nos presentamos con nuestros orgullos ante Dios.
¿De qué me vale ganar todo el mundo… tener el reconocimiento y la alabanza de todos? ¿Qué es lo verdaderamente importante? Bajémonos del caballo de las prepotencias donde tenemos la tentación tantas veces de subirnos, de nuestra soberbia. Sólo los de corazón humilde se llenarán de Dios. Ya decíamos al principio que este tiempo nos ayuda a aquilatar y purificar nuestra fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario