Josué, 3, 7-17
Sal. 133
Mt. 18, 21-19, 1
Sal. 133
Mt. 18, 21-19, 1
Pedro le sale con una pregunta a Jesús que en el fondo tenemos que reconocer que es una cuestión que de alguna manera nosotros también nos planteamos. ‘Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?’ Es que le he perdonado una y otra vez, tantas veces…
Lo que aquí se nos está planteando es una exigencia del amor. Hemos reflexionado diciéndonos que toda nuestra vida tiene que estar envuelta por el amor, porque es nuestro distintivo y nuestra diferencia. Pues aquí está una exigencia muy concreta del amor. tendríamos que preguntarnos, ¿podemos decir que amamos si no perdonamos? Cuando nos cuesta tanto perdonar, ¿no será porque no amamos lo suficiente?
El que ama de verdad tiene capacidad en su corazón para perdonar. Si amas a alguien de verdad, ¿cómo no lo vas a perdonar? Quizá tendríamos que recordar aquel texto de san Pablo en la Carta a los Corintios (1Cor, 13), que tantas veces hemos leído como muy hermoso, pero que no sé si hemos meditado lo suficiente, o hemos hecho que nuestro amor seriamente esté enmarcado por aquellas características que allí se nos dan.
El amor no tiene límites. El amor es generoso. El amor perdona siempre. Pero nos cuesta comprender la densidad del amor. Un amor que no se queda en palabras bonitas. Un amor que no es sólo para los que me aman. Un amor que es universal, que es para todos; también para los que hayan podido ofenderme.
Lo sabemos pero sin embargo ponemos límites porque nos cuesta la generosidad. Lo sabemos pero nos cuesta perdonar, porque aparecen tantos orgullos y desamores dentro de nosotros. Lo sabemos pero andamos haciendo cálculos de hasta donde podemos llegar.
Para amar de verdad también es importante saber experimentar el amor, el sentirnos amados. Y porque nos sentimos amados, hemos sido perdonados tantas veces. Es quizá lo que le faltó al hombre de la parábola que propone Jesús. Su señor le había perdonado aquella inmensa deuda, y sin embargo el no era capaz de perdonar la mezquindad que le debía el hermano. No se había gozado con el perdón que le habían concedido. No se había dado cuenta de que si le habían perdonado su deuda era como consecuencia del amor. Y a ese amor tendría él que responder también con amor y aprender entonces a perdonar a su vez.
Es que no terminamos de calibrar bien hasta donde llega el amor que Dios nos tiene. Es la lección que tenemos que aprender de la parábola. Y así no estaremos poniendo límites. Pedro, cuando le hizo la pregunta a Jesús se atrevió a aventurar si tenía que llegar hasta siete veces. Ya sabemos la respuesta de Jesús. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’.
Y es que el que ama no lleva cuentas. El amor no sabe de números ni de límites. El amor siempre es generoso.
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