Deut. 31, 1-8
Sal. Deut. 32
Mt. 18, 1-5.10.12-14
Sal. Deut. 32
Mt. 18, 1-5.10.12-14
Todo en el cristiano ha de estar conformado por el amor. Lo hemos reflexionado muchas veces y no nos podemos cansar de reflexionarlo. Es nuestro distintivo. Es el mandato de Jesús. Es el sentido de nuestro vivir. Pero no se puede quedar en bonitas palabras. Tiene que reflejarse en nuestras posturas, en nuestras actitudes, en nuestro actuar, en nuestros gestos, en los detalles de la vida de cada día.
El amor nos lleva a buscar siempre el bien, a desear lo bueno y lo mejor, a buscar la manera, ayudándonos mutuamente, a que todos siempre caminemos por las sendas del bien. No es ya sólo preocuparme yo de hacer el bien, sino ayudar para que el que está a mi lado haga también el bien.
Confieso que lo que hoy nos pide Jesús en el evangelio no siempre es fácil de realizar. Confieso que a mi me cuesta y no siempre sé realizarlo. Claro que es algo que tiene que estar impregnado por el amor; tiene que surgir del amor, y realizarse además con mucho amor, con mucha delicadeza, con mucha humildad también.
Nos habla Jesús de la corrección fraterna. Difícil hacerlo y difícil aceptarlo. Difícil para el que tiene que realizar una corrección al hermano, y difícil también para quien es corregido por el hermano. Sólo lo podemos hacer bien si lo hacemos desde el amor, desde la delicadeza, desde el respeto, desde la humildad. Sólo lo aceptaremos también si miramos esa corrección con amor y sabemos ser humildes para reconocer los errores que hayamos cometido. Uno y otro podrán hacerlo y recibirlo bien, si en verdad nos sentimos hermanos que caminamos juntos y nos ayudamos en ese camino.
Porque no podemos ir al otro desde el orgullo o la superioridad de que nosotros somos buenos y perfectos. Tengo que ir con la humildad de que se siente también pecador y también comete errores. Reconociendo que quizá haya una viga en mi ojo, cuando voy a señalarle la mota que puede tener el hermano en su ojo. Por eso esa actitud de humildad. Esa delicadeza y respeto con que me acerco al otro. Y es difícil hacerlo. Difícil pero posible si ponemos suficiente amor en nuestra vida.
Jesús nos da pautas para hacerlo. ‘Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos… si no te hace caso, llama a otro o a otros dos…’ Claro que nosotros muchas veces primero llamamos al otro para comentar lo malo que haya podido hacer el hermano, que ir directamente a él con caridad para corregirlo como a un hermano. Si siguiéramos las pautas de Jesús, qué distintas haríamos las cosas.
Nos habla también hoy Jesús en el texto del evangelio del perdón que Dios nos concede a través de su Iglesia. En cierto modo nos está hablando del Sacramento de la Reconciliación. Precisamente en la antífona del aleluya antes del evangelio se nos habla de cómo Dios nos reconcilió en Cristo y cómo a nosotros se nos ha dado ese ministerio de la reconciliación. Es misión de la Iglesia, que nos trae el perdón de Dios, pero es tarea del cristiano ejercer ese ministerio de reconciliación para que todos siempre nos sintamos hermanos que nos queremos y caminamos juntos por las sendas de la vida.
Y finalmente nos habla del valor de la oración comunitaria. ‘Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’. Unidos para orar, unidos sintiendo la presencia de Jesús.
Que sintamos de igual manera esa presencia de Jesús a nuestro lado cuando ejercemos ese ministerio de la reconciliación o cuando nos acercamos al hermano con amor y humildad para buscar siempre el bien.
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