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martes, 11 de agosto de 2009

El que acoge a un niño como éste…

Deut. 31, 1-8
Sal. Deut.32
Mt. 18, 1-5.10.12-14


En otra ocasión habían sido los discípulos los que se peleaban por los primeros puestos, por quién iba a ser el más importante. Por el camino habían ido discutiendo y al llegar a casa Jesús les había preguntaba de qué discutían, pero ellos avergonzados se callaron por iban discutiendo sobre quién iba a ser el primero entre ellos. Y cuando los hermanos Zebedeos quisieron estar uno a la derecha y otro a la izquierda en su Reino valiéndose de la posible influencia familiar de la madre, los otros se habían puesto a ronronear por allá envidiosos de las pretensiones de los dos hermanos.
Ahora fueron los mismos discípulos los que vinieron a hacerla la pregunta a Jesús. ‘Se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el Reino de los cielos?’
Entonces les había dicho que no podían ser como los poderosos de este mundo que lo que querían eran mandar e imponerse sobre los demás, sino que habían de ser los últimos, ser serviciales con todos. ‘El que quiera ser el primero que se haga el último y el servidor de todos’, les había dicho.
Ahora la respuesta fue poner a un niño en medio de ellos. Lo había hecho también en alguna de aquellas ocasiones. ‘El llamó a un niño, lo puso en medio, y dijo: Os digo que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Por tanto el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los Cielos’.
Hacerse como un niño; hacerse pequeño; tener la inocencia y la candidez de un niño; ser una persona disponible y servicial como lo sabe hacer un niño. Sin malicias, sin apetencias de cosas grandes, sin resentimientos hacia los demás, sin doblez de corazón. Los niños saben estar siempre los unos con los otros en sus juegos, no pierden la sonrisa ni la alegría del corazón.
Hacerse como niños y acoger a los niños. ‘El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí’. Acoger al pequeño y al humilde; acoger y aceptar al que nadie quiere y se menosprecia, acoger al que nos parece insignificante y que nada vale; acoger al que no cuenta, y al que pasa desapercibido; acoger a todos sin diferencia ni distinción.
Cuando nos vamos haciendo mayores cuánta malicia vamos dejando entrar en el corazón; cuantos sueños y apetencias de grandezas, de relumbrones, de figurar para que me tengan en cuenta; cuánta soberbia se nos va metiendo en la vida. Cuando nos vamos haciendo mayores, nos creemos tan grandes e importantes que nos permitimos hacer distinciones, discriminaciones: éste me gusta y este no; aquel me cae bien y este otro no lo soporto; aquel me dijeron que era no sé qué y este no es de los míos, de mis amigos o de los de mi tierra.
Y nos dejamos llevar por prejuicios, e influimos en los demás con nuestros comentarios no siempre buenos y si muchas veces para resaltar defectos o lo que nos parece a nosotros que son cosas malas. Cuánto daño nos hacemos los unos a los otros con nuestros comentarios y nuestros prejuicios. Y ya miramos al otro con un determinado color de cristal y nos costará aceptarlo porque siempre para mí será eso que me dijeron o que yo me imaginé.
Jesús nos pide un estilo nuevo para los que vamos a pertenecer a su Reino. Por eso nos dice que nos hagamos como niños y que acojamos a los niños. Es una mirada nueva la que he de tener hacia el hermano, una actitud nueva en mi corazón, pero también en mis actitudes y en los gestos externos que tenga en mi relación con los demás,
¿Quién será el más importante en el Reino de los Cielos? Hagámosle caso a Jesús, pongamos esas actitudes nuevas en nuestro corazón, y comencemos a relacionarnos de una forma nueva y distinta.

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