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sábado, 18 de julio de 2009

El pabilo vacilante no lo apagará

Ex. 12, 37-42
Sal. 135
Mt. 12, 14-21


‘Los fariseos, al salir, planearon el modo de acabar con Jesús’. Ya comienzan a maquinar contra Jesús.
Les habíamos visto plantearle sus reticencias y desconfianzas al modo de vida nuevo que Jesús viene planteando. Recriminan a los discípulos, que en el fondo era como echar en cara a Jesús por lo que hacen sus discípulos, porque en sábado al pasar por un campo de trigo cogieron unas espigas para estrujarlas y comerse sus granos. ‘Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado’. Ellos en su intransigencia y ritualismo aquello lo consideraban como si fuera el trabajo de segar.
Si Jesús les había anunciado a los discípulos cuando los envía que no siempre iban a ser bien recibidos, si incluso en las bienaventuranzas hay una para los que son perseguidos por causa de su nombre, Jesús sabía también que a El lo iban a perseguir. ‘Planeaban el modo de acabar con Jesús’.
‘Y Jesús, cuando se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron…’
Su obra continúa, porque continúa su predicación y los signos que realiza. ‘El lo curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran’. Le veremos en muchas ocasiones que cuando cura a un leproso o a un paralítico, les manda que no se lo digan a nadie. No quiere Jesús publicidades, sino lo que quiere Jesús es llegar al corazón y sea el corazón lo que cambie.
Esto dará pie para que el evangelista recuerde los anuncios del profeta Elías que en Jesús se van cumpliendo. Nos recoge aquí el evangelista una serie de textos del profeta Elías que no encontraremos recopilados así en las profecías sino en distintos lugares. Y es que un deseo del evangelista al trasmitirnos el evangelio es hacer hincapié en que lo anunciado se va cumpliendo en Jesús. Los destinatarios primeros del evangelio de Mateo son cristianos provenientes del judaísmo, de ahí ese interés en mencionar la Escritura.
‘Así se cumplió lo que dijo el profeta Isaías: Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, mi predilecto…’ Es proclamado de diversas maneras en la profecía de Isaías, pero seguramente a nosotros nos recordará otros dos momentos del evangelio. La manifestación de la gloria de Dios en el Jordán tras el Bautismo de Jesús, donde se oye la voz venida del cielo señalando a Jesús como el Hijo amado del Padre. ‘Este es mi Hijo amado, mi predilecto’. Pero también nos recuerda el Tabor. Cristo transfigurado en presencia de sus discípulos y la voz del Padre que surgen en medio de la nube que los envuelve: ‘Este es mi Hijo amado, escuchadlo’.
‘Sobre El he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones’
. Nos evoca lo que nos cuenta san Lucas de la visita de Jesús a la Sinagoga de Nazaret. Allí también se escogió un texto de Isaías. ‘El Espíritu del Señor está sobre mí, porque El me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres… para dar la libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor’. El Señor que viene y nos anuncia el evangelio de la libertad, de la salvación, del perdón y la amnistía, de la gracia del Señor para todos. ‘…para que anuncie el derecho a las naciones’, que nos dice ahora.
Pero es un anuncio no a base de gritos ni de cosas espectaculares, sino en el silencio del corazón. Ya veíamos que Jesús nos buscaba publicidades gratuitas, sino cambiar el corazón del hombre. ‘No porfiará, no gritará, no voceará por las calles…’ No es con palabras fuertes y violentas, sino desde la humildad y la mansedumbre. No entrará en Jerusalén montado en un caballo victorioso sino en un humilde borrico. Es el estilo nuevo de Jesús que bien tendríamos que aprender a la hora de nuestra presentación del anuncio del evangelio, hecho desde la humildad y la pobreza, aprender a la hora de la actuación de la Iglesia y de predicación de los ministros sagrados.
Por eso siempre la palabra de Jesús será una palabra de aliento, una palabra que nos levante el espíritu, una palabra que haga crecer la pequeña semilla que esté sembrada en nuestro corazón. Todo lo bueno se aprovechará y servirá de base para el crecimiento del evangelio en nuestra vida. ‘La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilantes no lo apagará, hasta implantar el derecho; en su nombre esperarán las naciones’. No echaremos agua para apagar un pequeño rescoldo, no dejaremos que entren vientos que apaguen las llamas vacilantes. El Espíritu del Señor acrecentará eso bueno, aunque sea pequeño, que hay en nuestro corazón.
Que crezca ese pequeño rescoldo de nuestra fe y de nuestro amor que anide en nuestro corazón. El Espíritu del Señor lo hará grande como para contagiar y encender el fuego del amor y de la fe en todos los corazones. Que eso sepa hacer y sepa ser la Iglesia también en medio de nuestro mundo. Que ese sea también el estilo de los pastores del pueblo de Dios, a la manera de Jesús.

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