Ex. 2, 1-15
Sal. 68
Mt. 11, 20-24
Sal. 68
Mt. 11, 20-24
‘¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo?... se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde había hecho sus milagros, porque no se habían convertido…’ Y les recuerda que si hubiera hecho los milagros que hizo en ellas en otras ciudades, ‘Tiro… Sidón… Sodoma…’ su respuesta hubiera sido otra.
‘No endurezcáis vuestro corazón, escuchad la voz del Señor’, nos decía la antífona del aleluya. Porque tenemos que escuchar esas recriminaciones de Jesús no sólo como hechas a aquellas ciudades, sino como un interrogante para nuestra vida y nuestra respuesta. ¿Cómo capaces de reconocer la obra de Dios en nosotros? Dios obra maravillas en nosotros, pero hemos de saber tener ojos de fe para descubrir esa acción de Dios. Como María que cantaba a Dios porque había obras grande en ella el Poderoso.
Sería bueno que nos hiciéramos algo así como una lista de esas maravillas de Dios en nosotros para saber dar gracias, para sentirnos más impulsados a la respuesta. Con esa mirada de fe seríamos capaces de descubrir grandes cosas.
Desde la vida que vivimos que es un don de Dios, pero podemos pensar en ese Bautismo que recibimos a los pocos días de nacer, porque nuestros padres eran cristianos y no querían privarnos del don de la fe y de la gracia del Señor. Nuestros padres que nos dieron la vida, nos dieron una educación, nos enseñaron a creer en Dios, nos fueron conduciendo por los caminos de la vida cristiana. Es un don de Dios. pudimos haber tenido otros padres o pudimos haber nacido en otros lugares y países no cristianos, pero nuestra vida ha sido aquí y en estas circunstancias concretas.
Algunas veces pretendemos decir que Dios no nos escucha, pero cuántas veces tras nuestra súplica al Señor nos hemos visto libres de peligros, hemos salido adelante en nuestros problemas y dificultades, la situaciones difíciles no nos hundieron y así muchas cosas más.
Desde niños hemos recibido los sacramentos, nos hemos podido confesar para pedir perdón al Señor por nuestros pecados y hemos podido comulgar para alimentarnos de Cristo en la Eucaristía. Cuántas veces hemos escuchado la Palabra de Dios que nos ha sido proclamada en nuestras celebraciones o la escuchamos en la intimidad de nuestro corazón en una lectura personal e individual. Gracias de Dios en nuestra vida, iluminación del Espíritu en nuestro caminar.
Podemos pensar en lo que hemos aprendido de los demás, los consejos que nos han dado, los ejemplos que hemos recibido de tantas personas de nuestro entorno. Atenciones que tanta gente ha tenido con nosotros o el amor y cariño que hemos recibido de la familia, de los amigos, de las gentes que nos respetan y que nos quieren.
Si sabemos tener ojos de fe los malos momentos por los que hemos pasado, enfermedades o limitaciones, muerte de seres querido o ausencias que hemos sentido en nuestra vida, hasta los mismos problemas y dificultades son también acción de Dios en nosotros porque nunca nos ha faltado la gracia de Dios en ese instante, en esa situación.
La lista se nos haría interminable. No podemos ser exhaustivos. Cada uno ha de pensar en su propia vida y en su propia historia, porque cada uno tiene sus cosas personales, ese actuar de Dios en su vida concreta con actos concretos. Pero sepamos que Dios se nos está manifestando ahí a través de esos hechos, de esas personas, de esos acontecimientos. En todo ello podemos descubrir una llamada de Dios. ¿No podríamos escuchar quizá aquellas recriminaciones que se cantan en la liturgia del Viernes Santo? ‘Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he ofendido? Respóndeme’… ‘¿Qué podría hacer por ti que no hubiera hecho?’
‘No endurezcáis vuestro corazón. Escucha la voz del Señor’. Da que pensar.
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