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miércoles, 15 de julio de 2009

El clamor de mi pueblo ha llegado a mí

Ex. 3, 1-6.9-12
Sal. 102
Mt. 11, 25-27

‘El clamor de los israelitas ha llegado a mi y he visto cómo los tiranizan los egipcios. Y, ahora, marcha, yo te envío al Faraón para que saques a mi pueblo, a los israelitas…’
Ayer comenzamos a leer la historia de Moisés, salvado de las aguas. Aunque hoy estamos viendo cómo Dios lo llama y lo envía, podemos decir con los profetas que desde el seno de su madre el Señor lo había escogido. Las circunstancias de su nacimiento, su infancia y su juventud con las cosas que le suceden es una manifestación de que Dios estaba con él y de alguna manera lo estaba preparando para misión que le había de confiar.
Tuvo que huir de Egipto y refugiarse en las montañas y allí el Señor se le manifiesta de forma extraordinaria. La zarza ardiendo, la voz que se oye desde el cielo y le llama pueden ser impresionantes y una forma maravillosa de manifestarse Dios. El Dios que se manifiesta con inmenso poder y gloria sin embargo es el Dios que escucha a su pueblo y está atento a sus necesidades.
Creo que no hemos subrayado lo suficiente este aspecto en la imagen del Dios del Antiguo Testamento. Es el Dios del temor, pero es el Dios que ama a su pueblo. Es el Dios ante el que hay que descalzarse porque quienes somos nosotros en su presencia, pero es el Dios con quien se puede entrar en un diálogo de amor. Es el Dios poderoso y grandioso, pero es el Dios que envía a sus profetas para que guíen a su pueblo por nuevos caminos de libertad.
Bueno será también destacar la disponibilidad, apertura a Dios pero también humildad de Moisés. ‘Aquí estoy’, es la primera respuesta de Moisés cuando siente la voz de Dios que le habla desde la inmensidad de la zarza ardiente. ‘Quítate la sandalia de los pies porque la tierra que pisas es santa’, es la experiencia que siente en lo más hondo de sí mismo cuando está en la presencia de Dios. ‘Y Moisés se cubrió el rostro, porque temía ver a Dios’. ¿Quién es el para atreverse a acercase a Dios?
Luego se atreverá a replicar a Dios porque se siente indigno e incapaz de la misión que se le confía. ‘¿Quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?’ Pero quien le confía la misión no lo deja solo. ‘Yo estoy contigo, y ésta es la señal de que yo te envío: cuando saques al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en esta montaña’. El Sinaí será el primer destino una vez que hayan salido de Egipto y atravesado el mar Rojo.
Es ‘el Señor compasivo y misericordioso’, que se acuerda de su pueblo, que lo escucha y que quiere liberarlo. Es ‘el Dios compasivo y misericordioso’, que se manifiesta a los que humildes se presentan ante El. ‘Bendito seas Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque te has revelado a los pobres y a los sencillos’, hemos escuchado decir a Jesús en el evangelio. Es el Dios que nos ama y con amor y humildad nosotros tenemos que ir hasta El. Es el Señor que está con nosotros y camina a nuestro lado en todos nuestros pasos.
Aprendamos de Moisés. Seamos capaces de admirarnos de las maravillas con las que el Señor se manifiesta. ‘Voy a acercarme a mirar este espectáculo admirable, a ver cómo es que no se quema la zarza’. Acercarnos a mirar y admirar esas maravillas con las que Dios se nos manifiesta. Acercarnos a mirar y admirar lo que es ese amor tan grande que nos tiene el Señor que nunca nos olvida sino que nos lleva en la palma de la mano. ‘Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre… y no olvides sus beneficios… el Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos, enseñó sus caminos a Moisés y sus hazañas a los hijos de Israel’.

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