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jueves, 14 de mayo de 2009

Pequeñas y humildes semillas testigos de fe y de amor

fiesta de san Matías
Hechos, 1, 15-17.20-26
Sal. 112
Jn. Jn. 15, 9-17


‘No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto dure…’ Ya no nos llama siervos sino que nos llama amigos porque nos lo ha dado todo a conocer. Somos sus amigos elegidos y amados del Señor. Y se espera de nosotros fruto y fruto abundante, fruto que dure para siempre.
Este texto que por diversas circunstancias este año vamos a escuchar varias veces, porque lo escucharemos mañana viernes y será de nuevo proclamado el sexto domingo de Pascua, la liturgia nos lo presenta en este día de la fiesta del apóstol San Matías, por referencia a su elección.
El colegio apostólico estaba formado por los doce apóstoles que el Señor escogió y envió. Había fallado Judas en su traición y ahora es necesario por así decirlo cubrir el hueco. La pequeña comunidad de los discípulos está reunida. En el Cenáculo están los once apóstoles y muchos discípulos con María, la Madre de Jesús y otras mujeres en la espera del cumplimiento de la promesa de Jesús. Lucas nos dice que serían unas ciento veinte personas.
Pedro, a quien Jesús había confiado el primado en el colegio apostólico, toma la Palabra para proceder a la elección. Y les da lo que serían las pautas para su elección. Primero está la actitud de oración y escucha al Señor en la que se encuentran reunidos. ‘Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cual de los dos has elegido para que, en este servicio apostólico, ocupe el puesteo que dejó Judas…’
Pero será necesario algo más y es la fidelidad y el testimonio. ‘Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús…’ Ha de ser un testigo, uno que haya conocido a Jesús, que pueda vivir la fidelidad a la palabra de Jesús y pueda proclamarse como testigo de la resurrección del Señor.
Habían sido propuestos dos. ‘José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo,y Matías’. Fue elegido Matías y entró en el grupo de los Doce, del Colegio Apostólico. No vuelve a nombrarse a Matías en todo el Nuevo Testamento, y las historia prácticamente lo desconoce en sus tradiciones. Recogía las características necesarias y fue un testigo que dio testimonio de Jesús hasta su muerte. Ese silencio de su vida también es una lección para nosotros.
En la oración litúrgica de este día hemos pedido al Señor ‘que podamos alegrarnos de tu predilección al ser contados entre tus elegidos’. Somos elegidos y amados del Señor con un amor de predilección. Esto siempre tiene que producir en nosotros un gozo y una alegría honda. Hemos de saber agradecerlo al Señor y vivir en correspondencia a ese amor y a esa predilección.
Somos quizá unas personas anónimas y que no sobresalimos por nada en especial. Pero tenemos aún así que sentirnos privilegiados con ese amor del Señor. También somos amados de Dios y sin especiales resplandores en nuestra vida, pero también tenemos que dar nuestro testimonio, el testimonio de nuestra fe. Pasamos desapercibidos, no destacamos por especiales cosas, el lugar que ocupamos en la vida quizá sea gris y oscuro, pero aún así tenemos que manifestarnos como testigos.
No todos en la vida hacemos cosas extraordinarias, pero todos contamos con el amor del Señor. Hoy celebramos a Matías, del que la historia incluso nada nos dice, pero era un Apóstol del Señor, elegido y amado de Dios para formar parte del grupo de los Doce. No nos pedirá el Señor cosas extraordinarias ni seremos recordados por la historia, pero sí que en esas pequeñas cosas de todos los días manifestemos nuestra fe, nos presentemos como testigos, las vivamos con el más profundo amor. Somos pequeñas semillas que hemos de ir sembrando por la vida la fe y el amor del Señor, pero de esas pequeñas semillas Dios hará brotar cosas grandes. Demos ese testimonio pequeño, humilde, sencillo de nuestra fe y de nuestro amor.

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