Viña del Señor, Reino de Dios y Vid verdadera
Hechos, 15, 1-6
Sal. 121
Jn. 15, 1-8
La imagen de la viña es una imagen repetida que nos aparece tanto en el Antiguo Testamento, en los profetas, como en los Evangelios. Es una imagen del pueblo de Israel, del Reino de Dios, y de Cristo mismo que hoy se proclama ‘yo soy la vid, vosotros los sarmientos…’ texto que escuchamos también el pasado quinto domingo de Pascua.
El profeta Isaías nos hablará del canto de amor a su viña. Una viña cuidada de la que se esperaba buenas uvas pero que dio agrazones. ‘Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado…’ y nos describe el profeta todo lo que hizo Dios por su viña. ‘¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ se preguntaba el profeta en el nombre del Señor que tanto había cuidado a su pueblo.
En el mismo sentido habla el profeta Jeremías diciendo: ‘Yo te había plantado como una cepa fina…’ O el profeta que habla de ‘la parra plantada en tierra fértil que hundió sus raíces en canales de agua abundante y podía echar pámpanos, dar frutos y hacerse una parra hermosa’. Mientras en los salmos se habla de la viña traída de Egipto haciendo referencia como en todos los textos al pueblo de Israel.
Sin embargo en los evangelios sinópticos la comparación de la viña es con el Reino de Dios. Viña a la que están invitados a trabajar los obreros en las distintas horas del día, o viña preparada y cuidada, arrendada a unos labradores que han de rendir sus frutos pero que no lo hacen.
Sin embargo en el Evangelio de Juan, que hemos escuchado hoy, la imagen de la vid es para hacer referencia a Cristo. ‘Yo soy la vid, vosotros los sarmientos…’ Sarmientos que han de estar unidos a la vid, a la cepa, que es Cristo, para que podamos dar fruto y fruto abundante. En todos los textos de una forma o de otra está ese llamamiento a dar fruto, teniendo en cuenta sobre todo cuánto ha hecho el Señor por nosotros. Ahora en san Juan se insiste en la necesidad de nuestra unión total y profunda con Cristo para no ser sarmientos que se secan y no sirven sino para ser arrojados al fuego.
Sea en referencia a nuestra unión personal con Cristo, como sarmiento unido a la vid, o sea en referencia a ese pueblo de Dios o a ese Reino de Dios, se nos está pidiendo también nuestra unión y comunión con Cristo pero también con los demás que formamos ese pueblo de Dios, esa viña del Señor. No nos faltará nunca la gracia del Señor, la savia de la gracia que corra por las venas de nuestra vida, porque el Señor es fiel y siempre nos acompaña con su gracia, sea cual sea la respuesta que nosotros demos. Siempre hay una llamada y una invitación del Señor. ‘¿Qué más podía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho?’ Es lo que nos hará preguntarnos por cuánto estamos haciendo nosotros para mantener esa unión con el Señor, como los sarmientos a la vid.
Somos esa viña del Señor en donde Cristo será siempre nuestro centro. Sin El nada podemos hacer. Es la razón de nuestro vivir y por quien todo lo queremos hacer. Por eso de El nos alimentamos que se hace alimento y Pan de vida para nosotros, a El como Buen Pastor que nos guía le seguimos, a El como Palabra viva de Dios escuchamos, y en El nos sentimos todos unidos formando un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, del que nos hablará san Pablo.
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