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domingo, 16 de noviembre de 2008

¿Qué hacemos con nuestros talentos?


Proverbios 31,10-13; Salmo: 127; 1 Ts 5, 16-6; Mt 25,14-30
Tenemos que conjugar en nuestra reflexión la Palabra de Dios proclamada, sobre todo la parábola de los talentos que hemos escuchado, y la celebración, que en nuestra Iglesia española tenemos este domingo, del Día de la Iglesia Diocesana.
‘Un hombre al irse de viaje dejó a sus empleados encargados de sus bienes... a cada cual según su capacidad’, nos dice la parábola. No es difícil entender su significado. Cada uno de nosotros tiene sus valores y cualidades. Como creyentes somos conscientes de esos dones que Dios nos ha confiado al darnos la vida. Unos dones, cualidades, carismas, capacidades que son nuestra mayor riqueza, porque no pensamos esencialmente en cosas o riquezas materiales.
Dones y cualidades de nuestra vida que tenemos que saber desarrollar porque ahí estamos expresando lo que realmente somos. Unos dones que sabemos recibidos de Dios en nuestro ser y naturaleza para nuestro desarrollo personal pero que también tienen su función en nuestra relación con los demás y en el bien en consecuencia de esa sociedad o ese mundo en el que vivimos.
En el desarrollo de la parábola nos dice que ‘al cabo del tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar cuentas con ellos’. Cada uno había de rendir cuentas según los talentos recibidos y a aquellos que los habían ‘negociado’ bien –valga la palabra – les valora la creatividad de cada uno en hacerlos fructificar y les dice: ‘como has sido fiel en lo poco... pasa al banquete de tu Señor’, mientras reprueba a quien por miedo ni siquiera había intentado hacer fructificar el talento que le había confiado su señor.
No se trababa, pues, de aguardar la vuelta de su señor guardando pasivamente el talento recibido para no perderlo, sino que la espera tenía que ser una espera positiva y constructiva. Es lo que nos pide Dios con aquellos dones y cualidades con El nos ha enriquecido en la vida. Nos habla, pues, el evangelio de la responsabilidad con que hemos de asumir nuestra vida y las responsabilidades igual que los dones que se nos han confiado – la primera lectura es un ejemplo de esa laboriosidad con que hemos de vivir nuestra vida -. Como en el fondo nos está hablando también de esa virtud de la esperanza tan necesaria en la vida del cristiano, que nunca puede ser una actitud pasiva.
Precisamente en la segunda lectura de este domingo san Pablo nos habla de la venida del Señor ‘que llegará como ladrón en la noche’, cuando menos lo esperemos. Pero nos dice también ‘no nos durmamos... sino que estemos vigilantes y despejados’. Es un tema que se nos repite en estos últimos domingos del año litúrgico y que volverá a aparecer en los primeros domingos del Adviento.
Esta imagen de los talentos de la parábola nos ayuda también en esta celebración del Día de la Iglesia Diocesana. Una Jornada instituida en la Iglesia de España para ayudarnos a tomar conciencia de nuestra pertenencia a la Iglesia, y a esa Iglesia particular que es la Diócesis presidida por nuestro Obispo, como sucesor de los Apóstoles.
Como tantas veces hemos reflexionado, Cristo quiso constituirnos así en comunidad, en Iglesia, en esa comunión de fe y de amor donde nos sentimos hermanos, miembros de una misma familia, formando parte de ese pueblo de Dios que peregrina aquí en la tierra. La Iglesia, la familia de los hijos de Dios; la Iglesia, pueblo de Dios y comunidad que nos acoge; pueblo de Dios en el que hemos nacido a la fe, en el que alimentamos la fe con la escucha de la Palabra y celebración de los Sacramentos; comunidad o pueblo de Dios en el que crecemos y desarrollamos la fe recibida y desde donde nos sentimos enviados al mundo a hacer ese anuncio de Jesús con nuestras palabras y nuestras obras.
Comunidad, la Iglesia, de la que no nos podemos sentir ajenos o lejanos, sino que la sentimos como algo nuestro; comunidad en la que tenemos que ser unos miembros vivos y a la que hacemos crecer con nuestra vida, con nuestra participación, con nuestro compromiso, con nuestro amor. Es nuestra Iglesia, nuestra familia, nuestra casa, nuestro hogar de la fe. La Iglesia no es sólo cosa del Obispo o de los sacerdotes y de algunas personas de buena voluntad que colaboran en algunas cosas, como si estuvieran ayudando o haciendo un favor. La Iglesia somos todos, cada uno en su función o ministerio, cada uno con sus talentos y valores con los que la hace crecer y dar vida cuando los hace fructificar.
Por eso cuando trabajamos en la Iglesia es algo nuestro, de nuestra responsabilidad, lo que estamos haciendo. Todos tenemos que sentirnos Iglesia. Unos con más participación, otros quizá con menos, según sean sus valores o talentos, su posibilidad o su disponibilidad. Y aquí tenemos que volver a la parábola de los talentos que se nos ha ofrecido hoy en la Palabra de Dios. ¿Estaré yo poniendo todos mis talentos y mis posibilidades al servicio del pueblo de Dios al que pertenezco?
Unos lo vivirán en un compromiso apostólico concreto, otros en cualquiera de los servicios que se pueden y tienen que realizar en la Iglesia, siempre con una participación viva en las celebraciones de la comunidad, también con su oración y el ofrecimiento de su vida, de sus sacrificios e incluso sus sufrimientos que son así corredentores también con Cristo. Tendríamos que conocer un poco más – mucho tendríamos que decir - nuestra Iglesia, lo que es su vida, lo que son las acciones que realiza, para descubrir también la colaboración que en lo económico tendría que realizar para que se pudieran llevar a cabo todas esas obras de la Iglesia.
Hoy se nos está diciendo como lema: TU ERES TESTIGO DE LA FE DE LA IGLESIA ¡PARTICIPA! Que así lo hagamos siendo testigos de fe y participando con toda nuestra vida.

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