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miércoles, 19 de noviembre de 2008

Llenos de esperanza y con deseos de cielo

Apoc. 4, 1-11

Sal. 150

Lc. 19, 11-28

¿Cómo no llenarnos de esperanza y sentir deseos de cielo cuando vislumbramos la gloria de Dios que nos describe el Apocalipsis? Concluido el mensaje del Espíritu a las siete Iglesia que hemos tenido en los capítulos anteriores, ahora aparece una visión de la gloria del cielo. Decíamos que era un libro de esperanza que venía a iluminar y a dar fuerza a los cristianos en el momento en que estaban viviendo de grandes dificultades. Con esta visión de la gloria de Dios se sienten alentados en su camino y llenos de esperanza, lo que nos vale a nosotros también.

En este capítulo que hoy se nos ha proclamado tenemos una primera visión de la gloria de Dios en el cielo donde ya contemplamos a todas las criaturas cantando la gloria de Dios.

‘Santo, santo, santo es el Señor, soberano de todo; el que era, el que es y el que viene’, hemos escuchado lo que es el canto del cielo. ‘Digno eres, Señor y Dueño nuestro, de recibir la gloria, el honor y la fuerza, por haber creado el universo; por tu voluntad fue creado y existe…’

Nos recuerdan estas palabras lo que nosotros queremos hacer anticipando con nuestra liturgia terrena la liturgia celestial. Es el canto del Santo tras el prefacio que inicia la plegaria eucarística, pero que también tiene su resonancia en el gloria que cantamos los domingos y fiesta en el inicio de la Eucaristía. Pero es que toda la liturgia está llena de esos cánticos de alabanza y de búsqueda de la gloria de Dios.

Se repiten los Aleluyas y alabanzas en la celebración y llegamos a la culminación en la doxología final de la plegaria Eucarística donde con Cristo, en Cristo y por Cristo queremos dar todo honor y toda gloria a Dios Padre. Para el Señor la gloria y la alabanza. Hoy también en el salmo hemos querido cantar la alabanza del Señor con trompetas, arpas y cítaras, tambores y danzas, platillos sonoros y platillos vibrantes.

Nos describe el Apocalipsis la gloria del cielo. Ayer escuchábamos que estaba a nuestra puerta llamando y a quien le abriese lo invitaría a comer del Banquete del Reino de los cielos. Ahora nos dice Juan: ‘Yo miré y vi en el cielo una puerta abierta. La voz con timbre de trompeta me estaba diciendo: Sube aquí y te mostraré lo que tiene que suceder… Caí en éxtasis. En el cielo había un trono y uno sentado en el trono…’

Luego nos habla de ‘los veinticuatro ancianos sentados alrededor en veinticuatro tronos con ropajes blancos y con coronas de oro en la cabeza…’ Ayer escuchábamos cómo a los vencedores los vestiría con vestiduras blancas y los haría sentar en su trono junto a sí. Es lo que hoy contemplamos. Estos ancianos que son imagen de los santos del Antiguo Testamento y que representan al pueblo fiel que canta la gloria de Dios.

Y habla también de otros seres vivientes que también adoran a Dios y cantan su alabanza. Los ángeles del cielo que adoran y alaban a Dios. ‘En el centro, alrededor del trono , había cuatro seres vivientes… el primero se parecía a un león, el segundo a un toro, el tercero tenía cara de hombre, y el cuarto parecía un águila en vuelo…’ Son imágenes que están tomadas de los profetas de Isaías, de Ezequiel. Y estas cuatro figuras han servido en el arte cristiano para representar a los cuatro evangelistas.

Todos alababan a Dios. ‘Los ancianos se postran ante el que está sentado en el trono, adorando al que vive por los siglos de los siglos… y arrojan sus coronas ante el trono…’

Todo nos habla del resplandor de la gloria de Dios. ‘El arco iris que brilla como una esmeralda, el trono que brilla como jaspe y granate, los relámpagos que salían del trono y los truenos, las siete lámparas que ardían, la especie de mar transparente que parecía un cristal…’ Todo para expresar el resplandor de la gloria del cielo.

¿Cómo no tener deseos de cielo? ¿Cómo no llenarnos de esperanza, aunque ahora vivamos en nuestras luchas, si sabemos que saldremos vencedores y podemos sentarnos en su trono de gloria? Por eso queremos ahora que toda nuestra vida sea siempre para alabanza de su gloria. Aquí en la tierra mientras peregrinamos nos hacemos partícipes de su gloria cada vez que celebramos la Eucaristía. Que siempre la vivamos con sentido y que siempre sepamos unirnos con toda nuestra vida a los coros celestiales que eternamente alaban a Dios.

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