Apoc. 5, 1-10
Sal. 149
Lc. 19, 41-44
Un libro con sus sellos, un Cordero degollado, una Sangre derramada, un rescate y una nueva dignidad (dinastía sacerdotal)… Son cosas que aparecen en este texto sagrado del Apocalipsis que hoy hemos escuchado y en el que seguimos contemplando la visión de la gloria de Dios que se manifiesta.
¿Quién puede abrir el sello, revelarnos el misterio de Dios? ‘Y vi a un ángel poderoso, gritando a grandes voces: ¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar sus sellos? Y nadie… podía abrir el rollo y ver su contenido…’
‘Nadie conoce al Padre… nadie conoce al Hijo…’ escuchamos en una ocasión decir a Jesús en el Evangelio.
‘Pero uno de los ancianos me dijo: No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos’. ¿De quién nos está hablando? A lo que antes escuchábamos a Jesús, sabemos bien cómo terminaba la frase. ‘Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar, y nadie conoce al Hijo sino el Padre…’ Es Jesús es que nos viene a revelar el misterio de Dios. El Verbo de Dios, la Palabra de Dios que se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Es el Mesías de Dios que de la tribu de Judá había de nacer, y de la familia de David, como bien sabemos.
Por eso sigamos escuchando lo que contemplamos en el Apocalipsis. ‘Entonces vi delante del trono, rodeado por los seres vivientes y los ancianos, a un Cordero en pie; se notaba que lo habían degollado…’ ¡Cuántas cosas nos recuerda del evangelio. Juan Bautista lo señala a sus discípulos como ‘el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo’. Y ya Isaías lo había señalado cuando nos hablaba del Siervo de Yavé, ‘como cordero llevado al matadero… enmudecía y no abría la boca… torturado en el sufrimiento... entrega su vida como expiación…’ Y pensamos también en el Cordero Pascual inmolado, cuya sangre liberó a los judíos de la muerte y se convirtió en el signo de la Pascua que cada año celebraban.
‘Cuando tomó el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante él; tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, son las oraciones del pueblo santo, y entonaron un cántico: eres digno de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste degollado, y con tu sangre has comprado para Dios, hombres de toda tribu, pueblo y nación; has hecho de ellos un reino de sacerdotes y reinan sobre la tierra’.
La sangre de Cristo derramada en la Cruz es la Sangre de la Alianza nueva y eterna. Su entrega y su sangre derramada nos ha rescatado del poder del enemigo, pero no solo eso sino que nos ha elevado a una dignidad nueva y distinta. Nos ha hecho partícipes de su vida; nos ha unido a El para que con El seamos una sola cosa; nos ha configurado con el para hacernos sacerdotes, profetas y reyes, como recordamos, desde nuestro Bautismo. ‘Has hecho para nuestro Dios un reino de sacerdotes’, hemos repetido hoy en el salmo. ‘A los vencedores los sentaré en mi trono junto a mí…’ escuchábamos que le decía a las Iglesias. ‘A los vencedores los vestiré con vestiduras blancas…’ como en el Bautismo fuimos revestidos con la vestidura blanca signo de nuestra dignidad de cristianos, de hijos de Dios.
Demos gracias a Dios. Cantemos también nosotros la alabanza del Señor. Entonemos también ese cántico nuevo. ¡Cuántas cosas recibimos en Cristo!
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