Apoc. 20, 1-4.11 -21, 1
Sal. 83
Lc. 21, 29-33
‘Somos un pueblo que camina… buscando otra ciudad…. ciudad de eternidad…’ Es un canto que utilizamos muchas veces en nuestras celebraciones. Hoy nos habla el Apocalipsis de esa ciudad que no termina, de eternidad. ‘Y ví la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo’.
Hermosa visión la que nos ofrece hoy Juan en el Apocalipsis. Ha sido derrotado el dragón maligno y enviado al abismo. ‘Agarró al dragón, que es la antigua serpiente, el diablo o satanás, y lo encadenó para mil años…’ Nos recuerda la serpiente del Génesis que tentó a Eva, el diablo tentador que se atrevió a tentar también a Jesús, el maligno que tantas veces nos ha llevado y arrastrado por el camino del pecado.
Llega el momento del juicio universal y la entrada en la gloria. ‘Y ví también unos tronos y en ellos se sentaron los encargados de juzgar…’ Allí estaban en primer lugar los mártires ‘los decapitados por el testimonio de Jesús y el mensaje de Dios… éstos volvieron a la vida y reinaron con Cristo…’ Recordamos lo que ya hemos escuchado: ‘A los vencedores los sentaré en mi trono, junto a mí’.
Es el momento de la resurrección final. Es un artículo de nuestra fe. ‘Creo en la resurrección de la carne’, decimos en el Credo. ‘Ví a los muertos, pequeños y grandes, de pie ante el trono… el mar entregó sus muertos… y todos fueron juzgados según sus obras’.
La hora de la resurrección y la hora del juicio final. ‘Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el registro de los vivos…’ Recordamos lo que escuchamos en el evangelio de Mateo sobre el juicio final. Y sabemos de qué vamos a ser juzgados, qué es lo que nos va a tener en cuenta Jesús. Por eso quienes están escritos en el libro de la vida, porque en verdad hayan llenado su vida de amor que es vida, serán llevados al cielo nuevo y a al tierra nueva, que nos tiene preparado. Quienes hayan llenado su vida de muerte, que no estén inscritos en el libro de la vida ‘serán arrojados al lago de fuego’.
Todo esto no es para el temor, sino para movernos al amor. Para que sintamos dentro de nosotros esos hondos deseos de cielo. ‘Esta es la morada de Dios con los hombres’, hemos repetido en el salmo. Pero allí también manifestábamos esas ansias y deseos de cielo, de poder contemplar cara a cara Dios, de gozar de su presencia, de iluminarnos con su luz. ‘Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo…’
Que un día nosotros podamos ser de los que estemos inscritos en el libro de la vida. Que podamos vivir ese cielo nuevo y esa tierra nueva. Que podamos gozar de la dulzura del Señor. Que podamos con todos los santos en el cielo cantar eternamente la gloria del Señor.
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