Apoc. 18, 1-2.21-23, 19, 1-3.9
Sal. 99
Lc. 21, 20-28
‘Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación…’ Con estas palabras ha terminado el texto del evangelio de este día. Jesús ha hablado de la destrucción de Jerusalén con todo detalle – cuando el evangelista escribió este evangelio ya se habían cumplido los anuncios de Jesús – y a continuación habla del final de los tiempos.
Ya sabemos el leguaje apocalíptico, como así se le llama – aunque sabemos que Apocalipsis es mucho más que eso -, que se suele emplear lleno de ricas imágenes para hablarnos del final de los tiempos. Pero lo importante no son la materialidad de esas señales, sino la aparición gloriosa de Jesucristo al final de los tiempos. ‘Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’. Es una imagen que se repite en distintos momentos del evangelio, como en el texto del Juicio final de Mateo que escuchamos el domingo, o cuando ante el Sanedrín Jesús dice que lo verán venir entre las nubes del cielo sentado a la derecha de la gloria de Dios.
Esto es lo importante, esa venida gloriosa del Señor, que es la señal del triunfo de Cristo, de nuestra total liberación. Es con lo que podemos conectar con el texto del Apocalipsis de este día. ‘¡Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero!’, nos ha dicho. Es el signo de la plenitud del Reino de Dios. Es la señal del triunfo del Cordero frente a la Bestia y al maligno. Participar en el banquete del Reino de los cielos, porque la victoria es de Cristo. Sabemos que en el Apocalipsis para hacer referencia a Cristo se menciona siempre el Cordero.
De esa victoria nos habla hoy el texto del Apocalipsis cuando nos habla de la caída de Babilonia. El nombre de esta ciudad es sinónimo de maldad y de pecado. La caída de babilonia es la victoria del bien sobre el mal, de Cristo sobre el pecado y la muerte. Por eso una vez más se prorrumpe en un cántico de alabanza.
‘Oí después en el cielo algo que recordaba el vocerío de una gran muchedumbre, cantaban: ¡Aleluya! La victoria, la gloria y el poder pertenecen a nuestro Dios; porque sus sentencias son rectas y justas…¡Aleluya!’
Participamos ya de la victoria de Cristo. Pero es una lástima que habiendo vencido Cristo el pecado y la muerte con su muerte y resurrección nosotros sigamos volviendo a la muerte y al pecado. Nos dejemos seducir una y otra por la tentación del maligno y volvamos a ser derrotados con el pecado. Por eso, con qué intensidad tenemos que pedir una y otra vez ‘no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal’. Es nuestra lucha contra el pecado pero fortalecidos con la gracia del Señor que nunca nos falta. Los que fallamos somos nosotros dejándonos arrastrar por el pecado.
Aquí estamos ahora queriendo participar del banquete de la Eucaristía, el banquete de bodas del Cordero, que ahora como primicia y como prenda de la gloria futura nosotros celebramos aquí en la tierra. No somos dignos, tenemos que decirlo una y otra vez como el centurión del evangelio, pero aun así nos atrevemos a acercarnos porque confiamos en la palabra de Jesús que nos salva. No somos dignos, pero queremos sentir su fuerza y su gracia, por eso queremos alimentarnos del Pan de la Eucaristía que es Cristo mismo que como viático quiere venir a nuestro camino para ser nuestra fuerza.
‘Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero’. Dichosos nosotros sí que ahora podemos participar de la Eucaristía pero que deseamos un día participar en ese banquete eterno en el cielo. Que allí podamos gozarnos por toda la eternidad. Que allí eternamente cantemos ese cántico nuevo a nuestro Dios.
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