Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor
Apoc. 14, 1-5
Sal. 23
Lc. 21, 1-4
‘Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor’. Es lo que hemos repetido en el salmo. ¿Cuál es ese grupo? ¿a quiénes se refiere?
Podemos decir de entrada que se está refiriendo a nosotros. Cada mañana nos acercamos al Señor ya sea en nuestro oración con la que ofrecemos nuestro día al Señor, o ya sea en la participación en la celebración de la Eucaristía Venimos al encuentro con el Señor. Queremos sentirnos en su presencia. Queremos sentirnos inundados de su presencia.
Pero a algo más quiere referirse este salmo que hemos recitado a continuación de escuchar la proclamación del libro del Apocalipsis. Juan tiene una nueva visión. Contempla la gloria del Señor y al Cordero. ‘Yo, Juan, miré y vi al Cordero de pie sobre el monte Sión…’ A su alrededor los cuatro vivientes, los veinticuatro ancianos, y una multitud de bienaventurados, ‘y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban grabado en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre’. Todos entonan un cántico nuevo, ‘que nadie podía aprender fuera de los cientos cuarenta y cuatro mil…’
Son los bienaventurados del cielo. Son los que han sido fieles y en aquel momento se podía decir que eran los mártires que habían dado su vida, derramado su sangre por su fidelidad. ‘Ellos son el cortejo del Cordero a donde quiera que vaya’.
Nosotros también queremos unirnos a ese ‘cortejo del Cordero’. Quisiéramos también poder entonces ese cántico nuevo. Y podemos recordar una cosa. También nosotros estamos marcados. Recordemos nuestro bautismo. Una y otra vez volvemos a nuestro bautismo porque su espiritualidad es esencial para la espiritualidad del cristiano. Recordemos que lo primero que se nos hizo cuando fuimos introducidos a la Iglesia fue marcarnos con la señal de Cristo Salvador, con la señal de la cruz, aunque después también fuimos ungidos con el óleo y el crisma santo. Somos también los marcados. Podemos formar parte de ese cortejo.
Sin embargo reconocemos que nos falta algo, porque en nuestra vida no siempre hemos sido irreprensibles. Nos hemos llenado de pecado. ‘¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro?’, se preguntaba el salmista. ‘El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Ése recibirá la bendición del Señor. Éste es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia’, responde el mismo salmo.
Pero recordemos otro texto del Apocalipsis, que estos días no vamos a escuchar, pero que sí lo hicimos el día de todos los santos. Nos describía entonces ‘una muchedumbre inmensa que nadie podía contar de toda raza, lengua y nación, con vestiduras blancas y con palmas en sus manos… ¿Quiénes son y de dónde han venido? Esos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero’.
Una referencia a los que venían del martirio. Pero una referencia a nosotros también, que aunque pecadores, queremos ser fieles y nos lavamos y purificamos en la sangre del Cordero. En Cristo nos sentimos purificados, limpios, hechos dignos de participar en ese cortejo y poder también cantar ese cántico nuevo.
No sabemos si el Señor nos concederá la gracia y la gloria del martirio – eso está oculto en el misterio de la voluntad de Dios – pero sí sabemos que nosotros podemos ser testigos en nuestras luchas, venciendo en la tentación, haciéndonos fuertes en nuestras debilidades, caminando con firmeza fortalecidos con la gracia del Señor frente a adversidades y contrariedades, frente a sufrimientos y también a incomprensiones por parte de los demás. Ahí tenemos que ser testigos, ahí tenemos que ser mártires.
Que el Señor nos conceda la gracia de que un día podamos unirnos a ese cántico eterno, formar parte de ese número de los escogidos ‘el grupo que busca al Señor’, que podamos cantar en ese ‘cortejo del Cordero’ ese cántico nuevo por toda la eternidad.
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