Apoc. 14, 14-19
Sal. 95
Lc. 21, 5-11
‘Miré y vi una nube blanca; sentado encima uno con aspecto de hombre, llevando en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada’. Extraña imagen la que nos presenta el Apocalipsis. Una nube blanca, símbolo de la presencia y de la majestad divina. Una hora que nos hablaría de segar o de recoger cosechas. Uno con aspecto de hombre, nos viene a recordar al Hijo del hombre que aparece con gloria entre los ángeles para realizar el juicio de Dios.
Todo nos está hablando de la majestad y el poder de Dios. Esta imagen nos puede conectar con lo escuchado el pasado domingo sobre el juicio final. ‘El Hijo del Hombre sentado en su trono de gloria con todos sus ángeles’.
En estos días del final del año litúrgico y luego al comenzar el adviento también la Iglesia nos recuerda una y otra vez la última venida del Señor. Lo escucharemos también en los evangelios de estos días, aunque hoy nos habla por una parte de la destrucción de Jerusalén, aunque deja entrever también esa venida final. Es una parte de nuestra fe que no podemos olvidar, ni sólo pensar en ello en contadas ocasiones de nuestra vida. Cuando nos llegue la hora de nuestra muerte hemos de presentarnos ante Dios para el juicio. Y de eso nos está hablando hoy el Apocalipsis cuando nos habla de la siega y de la vendimia.
‘Ha llegado la hora de la siega, pues la mies de la tierra está más que madura. Y el que estaba sentado encima de la nube acercó su hoz y la segó’. Más adelante nos dirá de nuevo. ‘Arrima tu hoz afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque las uvas están en sazón’.
Recordemos que en la Eucaristía, en una de sus oraciones, la dicha como embolismo al Padrenuestro, decimos. ‘…mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo’. Y en una de las plegarias eucarísticas mientras hacemos el ofrecimiento del Sacrificio de Cristo expresamos también esa esperanza: ‘Mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo’. Sería interesante repasar esta expresión de nuestra fe y esperanza en toda la liturgia, cosa que dejamos para otro momento.
Es la esperanza de la venida del Señor al final de los tiempos, de ese encuentro en plenitud con Dios, que es encuentro para el juicio, aunque tenemos la esperanza que sea en misericordia y benevolencia por parte de Dios. Pero que esta esperanza nos tiene que hacer pensar en nuestra vida, hacer que nos preparemos para ese encuentro y que entonces nos preocupemos de hacer buenas obras que llevemos en nuestras manos al vivir ese encuentro con el Señor.
Pero una cosa sí que hay que tener en cuenta y es que nuestra esperanza no la podemos vivir en parámetros de angustia y desesperación, sino que es esperanza en al amor. Llenemos nuestra vida de amor para que en el amor vivamos ese juicio de Dios. Muchas son, es cierto nuestras debilidades, flaquezas y caídas, pero grande es el amor y la misericordia del Señor. Aunque también tenemos que evitar la presunción de decir que vivimos nuestra vida de cualquiera manera, porque como al fin el Señor es misericordioso, siempre vamos a tener el perdón. Tenemos garantía de perdón porque es así el amor de Dios, pero por nuestra parte tenemos que llenar nuestra vida de obras de amor.
Que no nos falte nunca la paz en nuestro corazón.
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