Is. 45, 1.4-6; Sal. 95; 1Ts. 1, 1-5; Mt. 22, 15-21
Algunas veces parece que nos sentimos confundidos al ver los derroteros por los que camina nuestra sociedad y nuestro mundo. Hay quizá muchas cosas que no nos gustan o que desearíamos que fueran de otra manera, pero tenemos el peligro de que el árbol no nos deje ver el bosque. Porque quizá lo más llamativo que podamos tener delante no nos agrada, eso nos puede hacer pensar que todo lo que sucede en nuestra sociedad es de la misma característica. No somos capaces, o nos cegamos de tal manera, que no vemos tantas cosas buenas que, a pesar de todo, pueda haber en nuestra sociedad, o en las otras personas.
Creo que la Palabra de Dios de este domingo pueda darnos luz en estas situaciones y nos pueda llevar también a un compromiso muy concreto con la sociedad en la que vivimos arrancando precisamente desde nuestra fe. La primera lectura nos ha hablado de Ciro, rey de Persia. Un rey pagano que en nada se acercaba en su fe a Yavé, el Dios de Israel. Pero Dios se vale de él para que los judíos alcancen la liberación de la cautividad que tantos años les había tenido lejos de su tierra y puedan volver a su patria y reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén. Vemos incluso que el profeta le llama el ‘Ungido del Señor..., a quien lleva de la mano, le llama por su nombre y le da un título, auque no me conocías’, que le dice.
Se convierte en un instrumento de Dios para liberación de los judíos. Así se vale el Señor de todo lo bueno y lo justo que pueda haber en las personas de buena voluntad y que actúan con rectitud. En ellas, aunque no lo sepan, también se dan tantas veces semillas del Reino de Dios. Gentes generosas que podemos tener a nuestro lado y que son para nosotros y para los demás mediaciones del amor de Dios.
El evangelio también es luz que nos ilumina. Como hemos escuchado los fariseos y los herodianos se pusieron de acuerdo para comprometer a Jesús. Van con buenas palabras hasta Jesús, aunque Jesús les desenmascara. ‘Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea...’ Son palabras, es cierto, que nos están definiendo la rectitud de Jesús en su actuar y en lo que nos dice. Actitudes que bien tenemos que aprender para nosotros.
El planteamiento que le hacen es sobre el impuesto que han de pagar al César. Ya conocemos la respuesta de Jesús. ‘¿De quién son esta cara y esta inscripción?... Del Cesar... Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’. Una respuesta llena de sabiduría. Pero ¿significará eso que hay contraposición entre la sociedad civil y el Reino de Dios que Jesús nos anuncia?
Vivimos en este mundo y en medio de esta sociedad. Y ahí precisamente tenemos que ser constructores también de la convivencia y de la armonía entre todos, de la justicia, del orden social y de la paz de nuestra sociedad y de nuestro mundo. Tenemos que decir que no está reñida esa contribución que hemos de hacer a nuestra sociedad en todo lo que sea bueno y justo con nuestra fe en Dios y nuestra condición de cristianos. Sino más bien tenemos que considerar todo lo contrario, es una exigencia del compromiso de nuestra fe.
Tenemos que aprender a valorar todo lo que es bueno y es justo, la contribución que toda persona hace a la paz y a la convivencia, al desarrollo y al bienestar de nuestra sociedad y de todas las personas por encima de que sus creencias coincidan o no con las nuestras. Hemos de reconocer que hoy las contrapuestas ideologías partidistas nos hacen pensar muchas veces que todo lo que hace el otro que no piensa como nosotros, siempre es malo. Y creo que es un fuerte error y me atrevo a decir muchas veces da la impresión de una falta de madurez en nuestros razonamientos y apreciaciones cuando pensamos así.
No es una mezcolanza ni sincretismo innecesario sino valoración de todo lo bueno que pueda haber en los demás. Nos creemos muchas veces redentores tan insustituibles que pensamos que sólo nosotros sabemos hacer las cosas bien. Y eso pasa en muchas situaciones de la vida, y nos sucede a veces también en los mismos grupos de Iglesia.
No dejaremos a un lado, ni tenemos por qué ocultarlos sino todo lo contrario, nuestra fe, nuestros principios morales, el sentido de nuestra vida, sino que precisamente manifestándonos como somos desde nuestra fe podemos y tenemos que hacer la mejor contribución. Y es que nuestra sociedad necesita cristianos comprometidos que sean verdaderamente testigos. Cristianos como aquellos que alababa san Pablo de la comunidad de Tesalónica: ‘Recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor’. Nos lo está recordando continuamente el Papa en sus mensajes.
Cuando este domingo estamos celebrando el Domund, el domingo de las misiones, y recordamos y celebramos ese compromiso que tenemos de ser misioneros, de propagar nuestra fe, este puede ser un primer paso que demos en nuestro compromiso misionero.
Al hablar de las misiones, nuestro pensamiento se va a lo que podríamos llamar las avanzadillas de la Iglesia, los llamados países de misión donde por primera vez se ha de anunciar el Evangelio. Claro que tenemos que pensar en ello y poner toda nuestra contribución y compromiso para que el Evangelio sea anunciado en todas partes.
Pero es que no todos estamos llamados a ir a esos llamados países o lugares de misión, pero todos sí tenemos que ser misioneros, y tenemos que serlo en nuestros ambientes concretos, en esa sociedad concreta, que está ahí a nuestro lado, o en la que estamos viviendo, donde se necesita también ese testimonio de nuestra fe.
Y lo podemos hacer y lo tenemos que hacer, aprendiendo a valorar también todo lo bueno que hay en los demás y que hay en nuestra sociedad, además de poner nuestra contribución concreta para que nuestra sociedad sea cada vez más concorde con ese Reino de Dios que nos anuncia e instaura Jesús.
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