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jueves, 23 de octubre de 2008

Así llegaréis a vuestra plenitud según la plenitud total de Dios

Ef. 3, 14-21
Sal. 32
Lc. 12, 49-53

Cuando esta mañana era proclamada esta lectura de la carta a los Efesios (3, 14-21), antes de que el lector pudiera decir palabra de Dios para la proclamación final, ya la asamblea de los que estaban participando dijeron todos a una ‘¡Amén!’ ¿Qué había pasado? ¿Se habían equivocado rutinariamente porque pensaban que aquello era la oración litúrgica? En cierto modo, sí, y en cierto modo, no. Me explico, no era la oración litúrgica, pero lo que realmente se había leído era una oración que además tenía una conclusión semejante a la de la oración litúrgica. De ahí esa espontaneidad de la aclamación con el Amén de toda la asamblea.
Efectivamente este texto hoy proclamado es la oración que Pablo hace por la comunidad de Éfeso. ¿Qué es lo que pide? Un crecimiento en la fe y en la vida cristiana. Quizá acostumbrados en nuestras oraciones personales a pedir por cosas concretas, problemas, personas que conocemos, enfermos, difuntos, etc. nos podría parecer extraño que no sea eso lo que se pida, sino ese crecimiento en la fe, como decimos. Y es que es algo que tenemos que saber pedir en nuestra oración.
La fe no es como una marca externa, un pins que nos pongamos como una señal en nuestro exterior. Ya sabemos que la fe es algo que tiene que envolver y marcar hondamente toda nuestra vida. Pero no es algo que se realice de un momento para otro. Por eso, es un camino, un proceso en crecimiento que tiene que haber en nuestra vida. Una respuesta, es cierto, que damos a todo el amor que el Señor nos tiene, pero como todo lo humano esa respuesta será una transformación que paso a paso iremos dando en nuestra vida.
Una respuesta que damos con seguridad y fortaleza. Que hemos de dar con toda seguridad y que hemos de hacerlo con alegría. La alegría de creer, de sentirnos seguros en Aquel de quien nos fiamos, a quien nos confiamos, a quien queremos seguir, por quien queremos hacerlo todo. Una fe proclamada así con toda ese certeza y seguridad frente a las tentaciones y peligros que podamos que ir encontrando.
Una fe que nos hace irnos llenando de Dios día a día. Lo hemos reflexionado muchas veces, como Dios quiere habitar en nosotros y nosotros en Dios. Porque no es ponerlo simplemente a nuestro lado, es meterlo en nuestra vida y nosotros meternos en El, empaparnos de Dios. Porque Dios está con nosotros, en nosotros, y no nos falla nunca.
Una fe que nos irá transformando para que demos frutos. Es lo que nos pide el Señor. Que demos frutos en abundancia. Y esos frutos se ven en el amor. El amor que será entonces nuestra razón de ser, nuestra manera de actuar, lo que vaya haciendo resplandecer nuestra vida.
Así, al unirnos a Cristo, llenanos de su vida, dejarnos inundar por su amor, iremos configurando nuestra personalidad cristiana. Porque ya entonces seremos distintos. Algo nos diferencia en esa fe y en ese amor. Nos hemos configurado con Cristo y nuestro vivir es el vivir a Cristo, es Cristo que vive en mí.
Nos sentiremos felices. Nos sentiremos llevados a la plenitud de nuestro ser. Porque la fe nunca nos anula, sino todo lo contrario, nos eleva, nos hace más grandes, nos da mayor plenitud, nos inunda de felicidad porque nos veremos realizados totalmente en una vida nueva. Como dice el Apóstol ‘así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios’.
Es la oración que Pablo ha hecho por la comunidad de Éfeso. Recordémosla y entendámoslo ahora tras esta explicación. ‘Os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento... comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios’.
Que esta sea también nuestra oración para ese crecimiento de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Para que así nos sintamos transformados. Para que así lleguemos a esa plenitud de nuestro ser en Dios. Para que así también podamos glorificar al Señor. ‘A El la gloria de la Iglesia y de Cristo Jesús por todas las generaciones, de edad en edad. Amén’.

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