1Cor. 12, 12-14.27-31
Sal. 99
Lc. 7, 11-17
Sal. 99
Lc. 7, 11-17
Las palabras de Pablo podrían haber resultado novedosas en la sociedad de su tiempo. Una sociedad marcada por grandes diferencias entre unas personas y otras, pues no a todos se les consideraba como iguales. Así estaban los esclavos y los libres, los que tenían el derecho de ciudadano romano o los que eran extranjeros, los que se les consideraba bárbaros o los que fueran de otra raza.
Y san Pablo, siguiendo el espíritu del evangelio habla de una nueva igualdad donde todos somos uno como miembros de un mismo cuerpo. ‘Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu...’ Y nos propone la imagen del cuerpo humano. Son muchos los miembros que lo forman, pero es un solo cuerpo.
Pero en su comparación nos dice que así es Cristo, porque nosotros somos sus miembros y en Cristo todos somos uno. ‘Vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno es un miembro’. Se fundamenta así lo que llamamos la doctrina del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. Por eso nos hablará a continuación de las diversas funciones o ministerios que vamos a encontrar dentro de ese Cuerpo que es la Iglesia. ‘Apóstoles... profetas... maestros... los que tienen el don de hacer milagros... o el don de curar... la beneficencia... el gobierno... etc’.
Una primera mirada, pues, que tenemos que hacer a la Iglesia, donde tenemos que vivir esa unidad y ese servicio entre todos los miembros de la Iglesia. Miramos así a nuestras comunidades, y tendríamos que apreciar la riqueza que en ellas podemos encontrar cuando todos nos sentimos en verdad miembros de esa Iglesia, pero no queremos ser unos miembros pasivos, sino que de forma activa todos contribuimos a su crecimiento. Catequistas, agentes de cáritas, visitadores de enfermos, apostolado seglar, movimientos de familia, movimientos juveniles, animadores litúrgicos, etc...
Miremos pues cómo tendríamos en nuestras comunidades que fomentar esos carismas de sus miembros para que haya ese verdadera enriquecimiento mutuo, ese enriquecimiento de la comunidad. Cuando nos encontramos con unas comunidades con esa vitalidad tenemos que saber dar gracias a Dios que suscita así sus dones dentro de la Iglesia. Pero tenemos que procurar también que eso sea posible en nuestras comunidades porque lo fomentemos y porque todos además lo valoremos.
Muchas veces en nuestras comunidades cristianas no sabemos apreciarlo y valorarlo. No somos capaces de detectar esos valores que existen en los demás y descubrir cómo cada uno tiene su carisma, sus cualidades, sus valores que han de saber poner al servicio de la comunidad. Confieso que es algo que he deseado fuertemente cuando en las parroquias quería hacer que hubiera vitalidad, entusiasmo, espíritu de servicio en todos sus miembros y me gustaba resaltar esos carismas que se podían encontrar en los demás, aunque no siempre era fácil. Algunas veces nos encontramos que hay personas que podrían hacer muchas cosas en ese sentido, pero no siempre tienen la disponibilidad necesario para esa entrega y eso merma la riqueza de vida de una comunidad.
Decía al principio que en su época las palabras de Pablo podrían resultar novedosas por las tremendas diferencias sociales que marcaban la vida de las personas y de la sociedad. Pero quiero pensar si no tendríamos que sacar consecuencias también para el momento en que vivimos actualmente. Con la movilidad de personas que vivimos en estos momentos en nuestra sociedad con la emigración, donde ya es fácil encontrarnos con personas de muchos diferentes países en nuestro entorno, tendríamos que aplicar estas palabras de palabra a lo que vivimos hoy.
Tenemos el peligro y la tentación de seguir mirando de manera diferente a las gentes que nos llegan a nuestro entorno, y sea por el color de su piel, por sus costumbres o porque nos vienen de países de cultura diferente. También hoy tendríamos que decir las palabras de Pablo ‘todos nosotros, seamos canarios o africanos, vengan de Sudamérica o de los países del este europeo, seamos de un color o de otro, de una raza o de otra, todos somos uno en Cristo Jesús’. Y eso se traduzca en la aceptación de toda persona sin ningún tipo de desconfianza; y eso signifique su integración en nuestras comunidades humanas y cristianas. Nuestras parroquias tendrían que ser de verdad un hogar acogedor para toda clase de personas, y, en este caso, pienso de manera especial en los emigrantes que llegan a nuestras fronteras.Que seamos en verdad ese único Cuerpo que es Cristo.
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