1Cor. 15, 1-11
Sal. 117
Lc. 7, 36-50
De todos es conocido el texto y lo hemos meditado muchas veces. La mujer pecadora que se atreve a introducirse en la casa del fariseo para llorar a los pies de Jesús y con su amor sentirse perdonada por El. Ya conocemos los detalles. El fariseo, tan puritano él, que juzga en su interior, Jesús que descubre su pensamiento y que le propone una pequeña parábola a aquel hombre para hacerle comprender de verdad lo que allí está sucediendo.
Vamos a fijarnos en algunos detalles de este pasaje que es muy rico en enseñanzas para nuestra vida. En la parábola que Jesús propone a Simón, y ante la pregunta final que Jesús le hace de quien le amará más de aquellos dos deudores, le responde: le amará más ‘aquel a quien le perdonó más’.
Pero en la comparación que Jesús le hace en referencia a aquella mujer que con sus lágrimas, sus perfumes y sus besos ha hecho lo que ritualmente tenía que haber realizado el anfitrión de aquella comida, finalmente le dice: ‘sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor’.
En uno el amor es porque se le perdonó mucho, y en la otra el que haya amado mucho es causa y motivo para el perdón. Nos enseña así cómo tenemos que acercarnos a Jesús incluso desde nuestra condición pecadora. Con mucho amor, porque además sabemos que siempre el Señor nos va a perdonar.
Cuatro palabras resaltaría de este texto. Paz, fe, amor y salvación o perdón.
‘Vete en paz’, le dice finalmente Jesús a aquella mujer. Vete en paz porque has encontrado la salvación y el perdón. Es la paz que tenemos que sentir siempre en nosotros cuando nos acercamos a Jesús.
‘Tu fe te ha salvado’, le dice Jesús. Con fe aquella mujer pecadora se acercó a Jesús. No temió. Confiaba. Tenía la certeza y la confianza de que en Jesús iba a encontrar el perdón de sus muchos pecados. Habría contemplado ella el actuar de Jesús. Había visto a tantos que se acercaban a Jesús y salía rebosantes de paz y de vida de su presencia.
‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor’. Bien lo había manifestado atreviéndose a acercarse a Jesús. Bien lo había manifestado con sus lágrimas, con sus besos, con sus perfumes profusamente derramados sobre los pies de Jesús. Eran signos externos del amor que había en su corazón. Sabía que mucho era lo que se le iba a perdonar, y por eso ya estaba amando mucho. Era el amor sí del agradecimiento. Era el amor de quien se sentía amada.
‘Tus pecados están perdonados... tu fe te ha salvado’. Había llegado para ella la salvación y el perdón. Por eso ahora desparramaría amor por todos sus poros. Por eso ahora podía salir llena de paz de la presencia del Señor.
Pero ¿qué había detrás de todo esto? Allí está el amor de Dios que quiere la salvación de todos. Allí está el amor de Jesús que se deja encontrar por el pecador, que llama y atrae al pecador, que sale al encuentro. Es su amor y su cercanía. Lo vemos tantas veces en el Evangelio. Lo sentimos en nosotros si sabemos abrir los ojos a la fe. Son tantas las llamadas del Señor invitándonos a ir a El a pesar de que sean muchos nuestros pecados. Para todo pecado hay perdón. Es gracia. Es regalo del Señor. Cristo, en esta ocasión, se deja hacer: que le laven los pies con sus lágrimas, que se le enjugue con su cabello, que se derrame perfume carísimo, aunque haya alguno como en otra ocasión que piense que se podía haber gastado de otra manera.
Detrás está también el amor y el arrepentimiento del pecador. El mejor arrepentimiento está en el amor. No en el temor, sino en el amor. Es así, desde el amor, con amor, cómo tenemos que acercarnos arrepentidos al Señor. Porque tenemos la confianza y la certeza de su amor. Y es que en Cristo siempre vamos a encontrar la paz.
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