1Cor. 15, 12-20
Sal. 16
Lc. 8, 1-3
‘Os recuerdo el evangelio que os proclamé y que vosotros aceptasteis y en el que estáis fundados y que os está salvando... que Cristo murió por nuestros pecados... que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las escrituras...’ Es lo que escuchamos ayer.
Ahí está el meollo de nuestra fe y de nuestro credo. Ahí está lo que es el centro de nuestra vida cristiana. Todo arranca de los testigos de la Resurrección de Jesucristo, de la que también nosotros nos convertimos en testigos. Centro de la predicación de los apóstoles y de la Iglesia. Centro de nuestro fe. Es desde la resurrección cuando los apóstoles llegaron a descubrir en plenitud y luego con la fuerza del Espíritu que Jesús es el Señor. Podríamos recordar la predicación de Pedro en la mañana de Pentecostés.
¿Seguirá siendo así hoy entre nosotros? Es importante porque se pone en juego lo que es nuestra fe cristiana. Algo que no podemos apartar a un lado de lo que es nuestra fe.
Pero escuchemos las voces de alrededor. Miremos si es eso lo que todos los cristianos, todos los bautizados que nos rodean proclaman esa misma fe. Hoy los que se creen más modernos - ¿realmente eso es ser moderno cuando es algo de lo que también se hablaba hace siglos aunque se haya hoy puesto de moda? – nos están hablando de reencarnación. Y otros que quizá se creen más sabios, más hijos de su tiempo o más científicos niegan que pueda haber resurrección. Después de esta vida no hay ninguna otra cosa. Y no vamos a decir cuántas cosas más dicen.
Eran cosas que ya se decían en la época de Pablo. Bueno, en el evangelio, vemos que los saduceos que negaban la resurrección venían a ponerle pegas a Jesús. Pero Pablo nos dice tajantemente: ‘Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación carece de sentido y vuestra fe lo mismo’.
La predicación cristiana, la fe cristiana no se queda reducida a decirnos que tenemos que ser más buenas personas. Creer en Cristo, y la predicación cristiana es anunciar que Cristo es el Señor, es algo mucho más trascendente que todo eso. Es que en nuestra fe cristiana estamos pensando en la salvación que Cristo nos ha ofrecido; estamos pensando en la vida eterna que nos regala; estamos descubriendo todo lo que significa reconocer que Jesús es el Señor; se nos manifiesta el mensaje grande y maravilloso que nos dice que Dios es nuestro Padre que nos ama y nos perdona. Son muchas cosas.
San Pablo lo resume así tal como hemos escuchado hoy: ‘Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís en vuestros pecados, y los que murieron en Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo se acaba en esta vida, somos los hombres más desgraciados’.
Proclamemos con valentía nuestra fe en Cristo resucitado. Manifestémonos como testigos de Cristo resucitado y no sólo porque somos herederos de una tradición que se nos ha trasmitido desde aquellos primeros testigos de la resurrección de Jesús que fueron los apóstoles, sino porque nosotros mismos nos convertimos en testigos cuando sentimos allá en lo más hondo de nosotros mismos esa presencia de Cristo vivo en nosotros, de Cristo resucitado que también a nosotros nos hace resucitar a nueva vida.
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