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lunes, 15 de septiembre de 2008

Junto a la cruz de Jesús estaba su madre

Hebreos, 5, 7-9
Sal. 30
Jn. 19, 25-27

‘Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la de Cleofás, y María Magdalena...’
Ayer contemplábamos la Cruz y a Jesucristo crucificado en ella. Hoy contemplamos a quien está al pie de la Cruz, María, la Madre de Jesús. Nos deteníamos ante su misterio de amor y tratábamos de aprender todas las lecciones que desde la Cruz Jesús nos enseñaba. “Miramos a Cristo crucificado que, a pesar del sufrimiento, sigue fiel en el amor y en la entrega y en el perdón para seguir el camino emprendido en la Encarnación, cuando asumió totalmente nuestra condición humana haciéndose hombre como nosotros y llegando a esa cruda realidad del sufrimiento, de la pasión y de la muerte”.
Como nos dice la Carta a los Hebreos, ‘a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer’. Se encarnó para hacer la voluntad del Padre. ‘Aquí estoy, oh Padre, para hacer tu voluntad’, que nos dice la misma Carta a los Hebreos que fue el grito del Hijo al entrar en el mundo. Asumió nuestra condición humana, de manera que, como reflexionábamos ayer, "en su cruz están todos los que sufren... en su dolor y en su muerte están nuestros dolores y sufrimientos... el dolor y sufrimiento de todos los hombres..."
De la misma manera contemplamos a María. También ella dijo Sí. ‘Aquí estoy... aquí está la esclava del Señor... hágase en mí según tu palabra...’ Fueron las palabras de María dando su consentimiento a que Dios se encarnase en sus entrañas. Fue el Sí de María para unirse a la vida de su Hijo, que sería el Mesías Salvador, con todo lo que ello implicaba. Ese Sí de María es el que ahora sigue repitiendo al pie de la Cruz. María también ‘aprendió, sufriendo, a obedecer’, porque ella en todo lo que quería siempre era la voluntad de Dios, la gloria del Señor.
La vemos transida de dolor, pero fuerte y de pie al lado de la cruz. También para María ese es la parte del camino que conduce a la vida. Y ahí, la contemplamos Madre dolorosa, porque está en el sufrimiento de una Madre que ve morir a su Hijo. La contemplamos Madre dolorosa porque es la Madre que se une al sufrimiento redentor de Cristo, en esa ofrenda de amor que ella hace de su vida. La vemos Madre dolorosa porque en su corazón están ya desde ahora todos sus hijos los hombres, que Cristo allí en la Cruz le ha confiando y con ella están también todos sus dolores y sufrimientos.
María está al lado del sufrimiento de sus hijos, haciendo suyo su dolor, como una madre sabe hacerlo. Si está junto a la cruz de Jesús y la cruz de Cristo es el espejo de ese sufrimiento y muerte de toda la humanidad, María está junto al dolor y sufrimiento de toda la humanidad.
¿No acudimos nosotros a María desde nuestras necesidades y sufrimientos? ¿No buscamos en ella el consuelo y la fortaleza de una madre? ¿No queremos sentirla a nuestro lado en todo momento, pero de manera especial cuando nos atenaza el dolor y el sufrimiento de nuestros padeceres, de nuestros problemas, o de esa inquietud y desazón que brota en nuestro corazón cuando vemos el sufrimiento de nuestros hermanos los hombres? Hambre y sed de justicia que nos hacen padecer y sufrir ante las injusticias de los hombres. Viviendo en nosotros ese misterio de la encarnación en nuestros hermanos sepamos hacer nuestro el dolor y el sufrimiento de los demás. Hambriento y sedientos acudimos a María para que ella sea nuestra fortaleza y pueda entonces realizarse en nosotros la bienaventuranza de Jesús.
Que sintamos ese caminar de María a nuestro lado. Que María nos enseñe a sentir también nosotros como nuestro el sufrimiento y el dolor de nuestros hermanos. Que María nos alcance el Señor la gracia de la fortaleza. Que María sea nuestro consuelo. Que con María caminemos ese camino de fidelidad, de amor, de obediencia al Padre, que es el camino de la cruz, pero que es el camino que nos lleva a la vida.

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