Cuántas
señales de su presencia va dejando a nuestro lado, ofrecimientos de gracia,
llamadas a nuestro corazón, quiere para nosotros vida y vida en plenitud
Hechos 8, 1b-8; Salmo 65; Juan 6, 35-40
Tenemos la felicidad al alcance de
nuestra mano y no la apreciamos, seguimos con nuestras búsquedas confusas, el
café instantáneo que al final no nos sabe a café; tenemos cerca de nosotros
personas que en verdad nos llevarían a las más hondas satisfacciones y no las
tenemos en cuenta. Qué satisfacción más grande encontrarnos con una persona
acogedora, que nos respeta y que nos valora, que siempre está con oído atento
para escucharnos o con la palabra oportuna que nos aconseja y que amplía
nuestros horizontes, que está atenta a nuestros deseos o necesidades y que hará
todo lo posible para que nos sintamos a gusto y no busquemos otros derroteros,
que eleva nuestro espíritu porque en su entrega, su generosidad y su sacrificio
se convierten en un estímulo para nosotros buscar lo que en verdad nos dé una
riqueza espiritual para nuestra vida.
Jesús viene a decirnos hoy en el
evangelio que eso – mucho más tenemos que reconocer – quiere El para nosotros.
Como nos dice quiere hacerse nuestro alimento, nuestra vida. Y nos dice que
estando con El nos sentiremos bien. Como nos dice ‘el que viene a mí no
tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás’. En El tenemos y
encontramos todo lo que necesitemos, todo lo que nos lleve a esa plenitud de
nuestra vida. Con El los horizontes de nuestra vida se amplían, con El nos
sentiremos siempre estimulados a lo mejor, porque cuando vemos su generosidad y
su amor, cuando vemos cómo se entrega por nosotros hasta ser capaz de
sacrificarse para que tengamos vida, nos sentiremos nosotros impulsados a vivir
en ese mismo amor y generosidad, a vivir esa entrega y ese sacrificio. Es toda
la riqueza espiritual que podemos ansiar.
Sin embargo, la realidad de nuestra
vida no siempre es así. Porque le tenemos y no siempre contamos con El; camina
delante de nosotros pero nuestros pies se vuelven pesados y vamos renqueantes
con nuestros apegos de los que no queremos desprendernos, con nuestros
cansancios sin darnos cuenta que El verdaderamente es nuestra fuerza, con
nuestras mezquindades que parece que estamos midiendo y pesando todo lo que
hacemos porque siempre nos parece mucho. Como nos dice hoy ‘como os he
dicho, me habéis visto y no creéis’. Qué débiles somos en nuestra fe, que
inseguros nos sentimos tantas veces.
Pero El no quiere perdernos, andemos
nosotros como andemos. Nos busca y nos llama, se pone a caminar a nuestro lado,
y nos ofrece el calor de su espíritu. ‘Todo lo que me da el Padre vendrá a
mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no
para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la
voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que
lo resucite en el último día’. Cuántas señales de su presencia va dejando a
nuestro lado, cuantos ofrecimientos de gracia hace a nuestra vida, cuantas
llamadas a nuestro corazón. Quiere para nosotros la vida y la vida en plenitud.
¿Nos decidiremos de una vez por todas a
ser constantes en nuestro seguimiento de Jesús? Tenemos que reavivar nuestra
fe, descubrir su presencia que de tantas maneras llega a nosotros. Sepamos leer
con ojos de fe cuanto sucede a nuestro alrededor y veremos esa llamada de Dios
a nuestra vida. Son dones de su amor. Aunque muchas veces los tiempos nos
parezcan oscuros, siempre hay una luz, siempre se manifiesta la luz de Dios en
nuestro camino. Es la presencia de la Iglesia y cuanto en ella acontece; son
las personas que caminan a nuestro lado que en sus obras se hacen llamadas a
nuestro corazón; es lo bueno que podemos descubrir en tantas personas anónimas
que viven con generosidad su vida; pero pueden ser también esos momentos en que
podamos encontrar oposición o persecución, en que nos pueden estar echando en
cara lo que somos o los errores que hemos cometido, en esa indiferencia que
podemos contemplar a nuestro alrededor, todo eso lo podemos ver como una
llamada de Dios, un momento de gracia para nuestra vida, algo que nos haga
despertar y nos lleve a ese testimonio valiente de nuestra fe. Abramos los oídos
de nuestro corazón a esa voz de Dios que lleva a nosotros de formas tan
diversas.
Como termina diciéndonos hoy Jesús
‘esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día’. Por eso nos ha dicho que es el Pan de vida y
que quien le coma vivirá para siempre.
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