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lunes, 26 de agosto de 2024

Un desafío a la autenticidad de nuestra vida y de nuestra fe, a centrarnos en lo verdaderamente importante y con responsabilidad dar ese buen testimonio para los demás

 


Un desafío a la autenticidad de nuestra vida y de nuestra fe, a centrarnos en lo verdaderamente importante y con responsabilidad dar ese buen testimonio para los demás

2Tesalonicenses 1,1-5.11b-12; Salmo 95; Mateo 23,13-22

Los caminos no siempre son llanos y rectos, carecen en ocasiones de buen firme o fácilmente nos encontramos obstáculos que nos lo dificultan; pueden ser los accidentes del propio terreno, pueden ser cosas ocasionados por la propia climatología que lo pueden invadir con escorrentías o quebradas y en ello tenemos que poner nuestro esfuerzo y nuestro ingenio para superar esas dificultades. Pero bien sabemos cómo también pueden aparecer esos obstáculos por el uso que deteriora ese camino, pero también desde quienes quieren hacernos perder el rumbo y unas veces de forma un tanto inconsciente pero otras de forma maliciosa nos pueden entorpecer nuestro tránsito por ese camino.

Claro que como comprenderéis no me quiero referir a esos sendas por las que podemos transitar de un lugar a otro, sino quiero pensar en la vida misma que también es un camino. Un camino que no siempre es fácil, aunque lo quisiéramos placentero, pero desde nosotros mismos por el desorden o descontrol de nuestras propias pasiones, por la forma egoísta con que queremos vivir la vida, por la superficialidad con que vamos haciendo las cosas hará que muchas veces seas dificultoso. Es ahí donde tiene que aparecer la seriedad con que nos tomamos la vida, ese espíritu de superación que siempre tiene que haber en nosotros, esas ganas de avanzar buscando una plenitud de nuestra existencia.

Lo terrible sería que no solo nosotros no alcancemos a recorrer ese camino de la vida de la forma mejor, sino que incluso algunas veces nos podamos convertir en obstáculo para los demás por esa superficialidad con que nosotros hacemos el recorrido, por esos contra testimonios que nosotros podamos ofrecerle a los demás, o por esas desviaciones que nos apartan de esa senda de superación, pero que pueden convertirse en piedra de tropezar para los demás.

Hoy Jesús nos está haciendo recapacitar, pero al mismo tiempo está denunciando las actitudes y posturas de aquellos que teniéndose por dirigentes del pueblo sin embargo viven una vida de vanidad y superficialidad. Son las diatribas de Jesús contra algunos de aquellos grupos de dirigentes sociales y religiosos como puedan ser los fariseos, los escribas y maestros de la ley o hasta los mismos dirigentes religiosos como podían ser los sumos sacerdotes.

Hoy vemos como Jesús denuncia su hipocresía que les hace vivir una vida doble, por un lado mucha apariencia y vanidad, pero por otra superficialidad para olvidar lo que verdaderamente tiene que ser importante. Hipócritas, los llama recordando aquella máscara que se ponían los actores en el teatro para representar un personaje que realmente ellos no eran. Con la máscara nos cubrimos con una apariencia y es la vanidad con que vivimos la vida tantas veces.

Pero cuando hoy nosotros leemos este pasaje del evangelio que para nosotros tiene que ser buena noticia, no nos podemos contentar en considerar la hipocresía de aquellos fariseos y maestros de la ley en aquellos tiempos; esas palabras tienen que ser un espejo en el que nos miremos nosotros por si acaso realmente nosotros nos podamos ver reflejados en ellas.

La palabra de Dios nos interroga por dentro, nos tiene que llevar a hacernos también muchas preguntas a nosotros mismos por si acaso nosotros no seamos también esa piedra de tropiezo en el camino de los demás. Este pasaje es un desafío para nosotros, para la autenticidad de nuestra vida y de nuestra fe, para que nos centremos en lo que verdaderamente importa y para que seamos responsables y lleguemos a dar ese buen testimonio para los demás.

Ya en otro momento nos pedirá que seamos luz y que seamos sal para nuestro mundo y nuestra tierra, pero no podemos dar una luz que no tenemos, no podemos contagiar un sabor del que nosotros carecemos, lo que tiene que llevarnos a una autenticidad de nuestra vida no desde las apariencias sino desde nuestra responsabilidad pero también desde la ternura y la misericordia con la que inundemos nuestro corazón.

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