Busquemos lo que dé verdadera profundidad a nuestra vida, pongamos generosidad, espíritu de servicio y la delicadeza del amor en lo que hacemos
2Tesalonicenses 2, 1-3a. 14-17; Salmo 95;
Mateo 23, 23-26
Las cosas las vemos según las
perspectivas que tengamos, o como solemos decir también, las vemos según el
color del cristal a través del cual miramos, o tenemos unos criterios según la
educación que hayamos recibido o quizás también de las cosas que nos hayan
sucedido en la vida que de alguna manera marcan nuestro actuar o nuestra manera
de ver las cosas; podemos tener la tendencia de querer liberalizarlo todo de
manera que al final todo lo volvemos relativo, o por esas circunstancias que mencionábamos
nos hemos endurecido de manera que queremos como ponerle un corsé a las cosas.
Nos lleva a una disparidad de criterios, nos puede llevar a
enfrentamientos y controversias, nos puede
llevar a encasquillarnos en determinadas posturas de las que nos es difícil
salirnos.
No pretendo justificar nada, sino de
alguna manera respetuosamente constatar esa diversidad, y tratar de comprender también
esa variedad de opiniones y criterios que según en qué vamos tomando en la
vida; lo que en principio tendría que ser enriquecedor si supiéramos
escucharnos y respetar y valorar lo bueno que veamos en los demás, nos lleva
muchas veces a un no entendimiento que nos enfrenta. Veamos lo que sucede en
nuestra sociedad en donde en lugar de contribuir cada uno desde su lado al bien
común, nos conduce a descalificaciones y enemistades.
Es la situación que podemos descubrir a
través del evangelio en el pueblo judío que de alguna manera se sentían únicos
y distintos en el planteamiento religioso que hacían de su vida y de su
historia, que de alguna manera podía llevar a algunos a estar como a la
defensiva frente a los pueblos que los circundaban y la cultura que desde el
mundo heleno y romano también pretendían imponerle. De alguna manera podemos
comprender esa reacción defensiva y en cerrazón de algunos grupos que influían
en el pueblo judío de la época. El evangelio nos habla de saduceos y de
fariseos, como también estaban los herodianos o aquellos zelotes que luchaban
incluso de forma violenta contra la imposición de los romanos que los dominaban
políticamente.
Pero entre los dirigentes del pueblo en
aquel momento predominaban con fuerza no solo los saduceos sino también los
fariseos, que desde un fanatismo religioso de rigorismo pretendían imponer al
pueblo una manera de entender las cosas que se alejaban muchas veces del espíritu
de la Ley de Moisés que ellos precisamente pretendían defender; los veremos con
frecuencia enfrentados a Jesús porque no terminaban de entender su mensaje y
porque además Jesús se mostraba muy crítico con ellos. Es lo que estamos
escuchando en el evangelio en estos días. Había un exceso de vanidad y de
hipocresía, que es lo que Jesús viene denunciándoles porque muchas veces
rayaban la superficialidad poniendo el acento en un rigor que le quitaba alma a
sus vidas.
‘Pagáis el diezmo de la menta, del
anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la
misericordia y la fidelidad’, les
dice claramente Jesús como hoy le escuchamos. Rigorismo frente a la verdadera
grandeza de corazón que se ha de manifestar en el espíritu de servicio, en la
generosidad y en el desprendimiento que nace del amor. Y les habla de cómo
quieren mantener las apariencias, mientras el corazón está lleno de podredumbre
y de muerte. ‘Limpias el plato o el vaso por fuera, mientras dentro está
lleno de suciedad’.
Algunas veces pasamos nosotros por
situaciones, por actitudes semejantes, influenciados por muchas circunstancias
que nos pueden llevar a un formalismo ritual en aquello que hacemos, pero al
mismo tiempo a una sequedad del corazón. O nos volvemos intransigentes o todo
nos lo permitimos; o nos quedamos en un inmovilismo que nos paraliza, o
queremos estar innovando siempre dejándonos llevar por los vientos de la vida
perdiendo el verdadero norte de nuestra existencia; o pensamos que siempre los
tiempos pasados fueron mejor, o queremos rechazar la memoria y la tradición de
la vida porque siempre la consideramos inservible.
Nos pasa en los caminos de la sociedad;
nos pasa en el interior de la Iglesia; nos pasa en nuestro propio interior
cuando nos quedamos en la superficialidad; nos pasa en las interpretaciones que
nos hacemos donde perdemos el sentido de la ética y de unos profundos criterios
morales que hemos de fundamentar en el evangelio.
¿Por donde realmente andaremos? ¿Cuál
es la profundidad de sentido que le damos a la vida, a lo que hacemos y
vivimos?
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