No
tengamos miedo a mirarnos con sinceridad, a ir por la vida con la autenticidad
también de nuestras debilidades, así manifestamos la grandeza de la gracia de
Dios
2 Tesalonicenses 3, 6-10. 16-18; Salmo 127;
Mateo 23, 27-32
¿Dejamos que la gente nos conozca tal
como somos? ¡Mira que echamos manos de maquillajes! Decimos con demasiada
facilidad, y perdónenme ellas, que las mujeres usas muchos afeites en la cara
para que no se note el paso de los años y hoy además con los adelantos que
tenemos de cirugía plástica tantos arreglos de cosas de nuestro cuerpo que no
nos gusta; pero no es solo cuestión de mujeres que todos caemos de una forma o
de otra en las mismas cosas.
Pero claro, creo que tendríamos que
referirnos a algo más; porque ya no se trata de que no vean algunas cicatrices
en lo físico que nos va dejando el paso de los años, sino que tratamos de
ocultar otras cicatrices, otros aspectos de nuestra personalidad que bien
tratamos de disimular; reconozcámoslo, no nos gusta que nos conozcan como somos,
, y también nos cubrimos con otras máscaras que nos den otra apariencia; y
vienen las vanidades de la vida, vienen las apariencias y disimulos, viene todo
eso que queremos tener bien guardado bajo llave en nuestros secretos porque no
nos gustaría sentirnos desprestigiados – o eso pensamos – si llegaran a conocer
como somos.
Claro que no tenemos que ir contando a todo el
mundo nuestros fallos o nuestros defectos, no tenemos que ponerlo en el tablón
de anuncios para que todo el mundo lo sepa, pero siendo sinceros con nosotros
mismos no nos podemos ocultar bajo apariencias que nos mantengan en el
pedestal. Y es donde tenemos que ver y analizar lo que en verdad tiene que ser
la autenticidad de la vida. Y para eso hemos de tener la sinceridad y la
humildad de reconocernos a nosotros mismos.
No nos gustamos, es cierto, y tratamos
de disimular, de disculparnos; para los demás tenemos pronto el juicio y la
condena, para nosotros mismos siempre tenemos una disculpa. Por eso es
necesario por comenzar por la humildad, por la sinceridad con nosotros mismos.
Será lo que aun con nuestro pecado nos llevará al la mejor grandeza, porque
aprenderemos lo que es la misericordia, la experimentaremos en nuestra vida. Y en
consecuencia aprenderemos a ser misericordiosos también con los demás.
Hoy Jesús se pone duro y fuerte con los
fariseos de su tiempo, por esa falta de humildad, por esas apariencias que
quieren mantener, por esa imagen que quieren dar que no hace otra cosa que
manifestar la falsedad de sus vidas. Por eso los llama sepulcros blanqueados,
por fuera muy bonitos, pero que sabemos que dentro está la podredumbre.
Pero como siempre nos decimos cuando
escuchamos el evangelio, este evangelio es palabra de Dios hoy para mi, es
buena noticia para mi vida si sabemos escucharla, si damos respuesta a las
palabras y a la invitación de Jesús. Somos nosotros los primeros que tenemos
que sentirnos interrogados, es el espejo en el que tenemos que vernos la vida,
aunque lo que se refleje en nosotros en principio no nos guste, salgamos feos
en la fotografía, pero es una invitación a dar esa respuesta, a buscar esa
autenticidad, a vivir con esa sinceridad en la que también nos sentimos
pecadores.
Pero la gracia de Dios nos transforma,
nos hace hombres nuevos si nosotros nos dejamos hacer. No tengamos miedo a
mirarnos con sinceridad, vayamos por la vida con la autenticidad también de
nuestras debilidades, porque estamos manifestando también lo que es la grandeza
de la gracia de Dios que nos transforma, y que a través de nosotros aunque no seamos
tan santos Dios sigue haciendo maravillas en nuestro mundo. Estaremos dando
gloria a Dios porque nos hemos dejado envolver por su misericordia que nos hace
tener también actitudes nuevas para con los demás.
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