Recibimos
de manos del martirio de Juan Bautista un testigo para poner rectitud, verdad y
justicia en nuestro mundo tan oscurecido por la maldad
1Corintios 1, 1-9; Salmo 144; Marcos 6,
17-29
Normalmente no nos gusta escuchar
verdades, cosas que nos hagan pensar, palabras valientes que nos señalen
nuestros errores o denuncien lo malo que hacemos. Salvo que seamos personas de
una humildad grande nuestra reacción suele ser fuerte cuando alguien se atreve
a decirnos lo que no nos gusta, y si está en nuestra mano trataremos de
revertir en esa persona todo aquello que nos dice y nos duele por dentro. No
nos gusta vernos en un espejo sino para ver lo que llamamos el lado bonito de
la cara. Y todos tenemos algún lado feo, por decirlo de alguna manera, porque
todos cometemos errores, o en ocasiones nos dejamos llevar por la maldad y
caemos por la pendiente. ¿Alguna vez nos atreveremos a mirarnos en el espejo en
toda la crudeza de lo que es nuestra vida?
Es un primer pensamiento que me viene
ante el evangelio que hoy se nos propone, sobre todo viendo la actitud y la
postura de Herodes. Parece y es contradictoria, porque mientras dice que
apreciaba a Juan Bautista y en ocasiones le escuchaba con gusto, sin embargo la
pendiente por la que va resbalando termina en tragedia.
Es por una parte la vida disoluta y
desordenada que llevaba por la que terminó tomando como mujer a la mujer de su
hermano; Juan con la valentía del profeta le reprocha este comportamiento, pero
en consecuencia Juan se va a cargar con las iras de esta mujer que convive con
Herodes que le conducirá a la cárcel, buscando esta mujer la manera de quitarlo
de en medio. Los buenos y los justos estorban, los que nos dicen las verdades
que nos producen heridas en nuestro orgullo habrá que quitarlos de en medio.
Pareciera que se enfrentaran la
fortaleza y la debilidad produciéndose la confusión de donde está la fortaleza
y donde la debilidad. Quien se cree fuerte desde su prepotencia y orgullo
acabará dejándose arrastrar por la más terrible debilidad de su espíritu que irá
produciendo muerte a su paso; quien nos aparece débil porque incluso han
querido quitarle la libertad nos dará testimonio de la fortaleza mayor que
podamos encontrar. Por eso podremos decir que quien nos aparece fuerte en su
poder se mostrará débil y dominado por sus propias pasiones para no saber
distinguir donde está la verdadera dignidad.
Llegó el momento de aprovecharse de las
circunstancias para correr por esa pendiente que lleva al crimen y a la muerte.
El placer de una fiesta con todo lo que la acompaña mostrará la indignidad de
quien desde una pasión es capaz de ofrecer todos los reinos del mundo, pero
cuando se da cuenta de la consecuencia de sus palabras y promesas por miedo a
la pérdida de sus prestigios no será capaz ya de volver atrás permitiendo la
muerte de un justo.
¿Seremos nosotros débiles en nuestros
orgullos, en el cuidado de nuestros prestigios, en promesas sin sentido, en
falsos respetos humanos, aunque no nos importen las circunstancias? En muchas
ocasiones de la vida no estamos tan lejos de lo que hoy estamos juzgando de las
actitudes y posturas de Herodes; cuántas veces callamos, miramos hacia otro
lado, queremos mantener nuestra presencia digna porque no queremos
avergonzarnos ante los que creemos que son nuestros amigos, aunque sabemos que
estamos en un error o se va a cometer una injusticia, o simplemente estamos dejándonos
llevar por la pasión. ¿No queremos muchas veces acallar la voz de la verdad y
de la conciencia que nos hace encontrarnos con nosotros mismos?
Enfrente tenemos la figura de Juan,
pequeño e insignificante porque decía él que no le importaba menguar para que
creciera quien venía como salvador, alguien que solo se decía que era la voz
que clama en el desierto, porque ni era profeta ni era el Mesías, sino quien
venía a preparar caminos, pero cuya voz resonará fuerte para señalarnos los
caminos, pero para indicarnos con toda claridad quien era el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo. Juan tan pequeño que le veremos ahora privado de
libertad, pero que su voz sigue resonando aunque incomode a los poderosos
porque es fiel a una misión que ha recibido y la verdad no se podrá nunca
acallar. Es el que en el silencio y la austeridad del desierto encontró la
fortaleza que le venía de Dios para no temer ni la muerte ni el martirio y así
se convierte en el gran testimonio que hoy seguimos necesitando.
Necesitamos de ese silencio, de esa
austeridad, de ese desierto que como un baño nos purifique para que en verdad
podamos abrirnos a Dios y descubrir el testimonio que necesitamos dar hoy en
nuestro mundo y aprender a sentir la fuerza de lo alto que nunca nos faltará. Hemos
de aprender a escuchar esa voz, aunque nos resulte a veces molesta, que nos
hace encontrarnos con la verdad de nosotros mismos.
Tenemos que preparar caminos, abrir
sendas a nuestro paso con el propio testimonio de nuestra vida, pero también
con nuestra palabra valiente; tenemos una luz que llevar no solo en nuestras
manos sino en nuestra vida al mundo tan a oscuras en medio del cual vivimos; no
podemos permitir que las tinieblas de la maldad sigan ensombreciendo nuestro
mundo. Tenemos que dar testimonio de la verdadera rectitud y justicia que sean
base y fundamento de un mundo mejor.
Es el testigo que de manos del martirio
del bautista recibimos.
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