Necesitamos sentir y descubrir lo que es la vida que hemos de vivir en plenitud y nos hace verdaderamente felices
Oseas 2, 16. 17b-18. 21-22; Salmo 144; Mateo 9, 18-26
Como tengamos salud, lo tenemos todo. Eso nos decimos muchas veces. Y no queremos la enfermedad ni el sufrimiento. Aunque muchas son las ambiciones que tenemos en la vida, - porque ¿quién no quiere sacarse la lotería con lo que podríamos tapar tantos huequitos, como decimos tantas veces? ¿Quién no quiere que las cosas le salgan bien, prosperen sus negocios, o vea el fruto de su trabajo? ¿Quién en el fondo no quiere tener éxito en la vida, ganar en prestigio, poder alcanzar grandes puestos que son como logros o triunfos en la vida? – sin embargo nos decimos que teniendo salud, lo tenemos todo. Nos aparece en un momento determinado la enfermedad y nos sentimos como descolocados, no sabemos cómo reaccionar, perdemos la calma y la serenidad, nos sentimos aburridos en la vida. Pero ¿solo esa salud corporal es verdaderamente lo importante?
Seguramente podemos llegar a darnos cuenta que detrás o por encima de esa salud corporal hay otra cosa que sí puede llenar la vida. No estamos enfermos, pero estamos tristes porque quizás nos duelen los desaires que nos puedan hacer los demás. No tenemos ninguna enfermedad a la vista ni en nosotros ni en los que amamos, pero quizás no tenemos auténtica paz en casa, en las relaciones entre los más cercanos y sentimos en nuestro interior que realmente nos falta algo que nos pueda hacer más felices. Y así podemos seguir haciéndonos más comparaciones pero es necesario sentir y descubrir lo que verdaderamente es la vida que hemos de vivir en plenitud.
Hoy el evangelio nos ofrece un episodio que realmente se desdobla en dos a lo largo de su desarrollo. En principio viene un padre angustiado; ¿por qué su angustia? Su hija está en las últimas o acaba de morir – según el relato de uno u otro de los evangelistas – y pide la presencia de Jesús en su hogar; quiere que vaya le imponga las manos a su hija para que haya vida.
De camino una mujer se atraviesa, vamos a decirlo así, en el camino; viene con su enfermedad, sus hemorragias que no se curan, a pesar de haberse gastado todo lo que tenía en médicos y medicinas; pero aquella mujer tiene una confianza plena en Jesús, por eso se atreve a tocar el manto de Jesús intentando que ni siquiera El lo note. En aquella mujer hay muchos miedos y temores; su enfermedad la hacía impura y no podía presentarse en medio de la gente; después al sentirse curada sigue aún temiendo el verse descubierta, por eso intenta pasar desapercibida entre la gente hasta que no le queda más remedio que reconocer lo que ha hecho y presentarse ahora ante Jesus.
¿Es solo la enfermedad o la muerte en sentido físico lo que está afectando a estas personas? Hay angustias y otros sufrimientos del espíritu, hay miedos y desconfianzas que le hacen ocultarse; hay una paz que falta en el corazón; hay un no terminar de reconocer lo que se es también con sus debilidades, hay una turbación del espíritu que parece difícil de curar. Todavía Jairo siente desconfianza cuando aun yendo ya Jesús de camino le vienen a anunciar que ya no hay nada que hacer.
Pero cuando aquella mujer reconoce toda su situación y es capaz de manifestarse con libertad también delante de los demás, no sólo ha recobrado su salud sino que ha recobrado su dignidad, su confianza en sí misma, su propia valoración. ‘Tu fe te ha curado’, le dice Jesús; pero solo le ha curado de sus hemorragias sino que la ha curado dentro de sí misma, pero ahora sí que se sentirá otra mujer en toda su grandeza.
Te he dicho que te basta la fe, le dice Jesus a aquel hombre que parece que lo ve todo perdido. Todo cambia a la llegada de Jesús a aquella casa; no se necesitan aquellas plañideras, no hay porque seguir con crespones de duelo, pero ha renacido la vida, hay que volver al ritmo y a la armonía de aquel hogar donde los padres se vuelven a sentar con los hijos para comer juntos, con todo lo que eso puede significar. ‘Dadle de comer a la niña’, les dice Jesus cuando la levanta de su postración. Jesús viene a levantarnos de nuestra postración, esa postración de nuestras angustias y desánimos, de nuestras desesperanzas y de verlo todo negro, de nuestras pasividades y desalientos, de seguir arrastrándonos por la vida cuando podemos caminar con dignidad por nosotros mismos.
Es algo más que la salud física, del cuerpo, o la liberación de una enfermedad; hay otras cosas que pueden hundirnos y de lo que Jesús quiere levantarnos, es esa paz que quiere poner en nuestros corazones, ese buen ánimo para enfrentar la vida aún cuando aparezcan momentos duros y difíciles.
¿Comprenderemos lo que es verdaderamente importante y nos hace plenamente felices?
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