Ungidos
para ser profetas tenemos que con arrojo y valentía dar testimonio del
evangelio en medio del mundo nos escuchen o no nos escuchen
Ezequiel 2, 2-5; Sal. 122; 2Corintios 12,
7-10; Marcos 6, 1-6
¿Y ese quién es? Es una pregunta fácil
que nos hacemos cuando surge entre
nosotros alguien que comienza a destacar quizás por la preocupación que siente
por los demás, por los problemas que nos encontramos alrededor y trata de poner
mano a la obra buscando salidas y soluciones. Nos preguntamos quien es, pero realmente
sabemos mucho de él, porque conocemos su familia, de quien es hijo, donde vive,
lo que ha hecho y no se cuantas cosas más; no es que no lo conozcamos, sino que
no queremos reconocerle, porque ya sacaremos algo de su familia, de su pasado,
de los errores que haya cometido en su vida, y por ahí comenzamos una tarea de
desprestigio porque quizás pensamos que nos pueda hacer sombra. Nos sentimos
tan poderosos como para eso.
Jesús se había ido dando conocer
recorriendo toda aquella región de galilea; conocidos eran sus signos y
milagros, porque esas cosas que nos parecen más espectaculares siempre son
noticias que corren con mayor facilidad; fijémonos en el nivel o criterio de
muchas de las noticias que se nos dan en los medios de comunicación. Las cosas
espectaculares aparecen siempre en la primera página.
Ahora Jesús va a su pueblo, donde se
había criado, donde lo conocían de siempre, desde que era niño. Sienten
admiración y en cierto modo orgullo porque uno de su pueblo, aquel pueblo medio
perdido de Galilea del que nadie hablaba – en la Biblia nunca había aparecido
nada en referencia a Nazaret – ahora se está dando a conocer. Pero aunque se
hacen preguntas saben bien quien es, el hijo del carpintero, el hijo de María,
por allí andan todos su parientes. Pero El no había ido nunca a ninguna escuela
rabínica de Jerusalén. ¿De donde saca todo esto? Son las preguntas que
siembran duda. Siembra dudas y estarán socavando los cimientos de cualquier
cosa que quieras construir.
‘Y se escandalizaban de él’, comenta
el evangelista. ‘Y no pudo hacer allí ningún milagro, por su falta de fe…
pero jesus seguía recorriendo los pueblos y aldeas de Galilea’, viene a
concluir el evangelista.
Aquello que habíamos escuchado al
profeta en la primera lectura. ‘Te escuchen o no te escuchen… tendrán que
reconocer que hubo un profeta en medio de ellos’. La misión ha de
cumplirse, el anuncio de la Buena Nueva tiene que hacerse. Tenemos que verlo en
nuestra vida, en nuestra historia de hoy, en la misión que los cristianos
tenemos en medio del mundo, en la misión de la Iglesia que ha de trasmitir la
sabiduría del evangelio de Jesus al mundo de hoy, al mundo en que vivimos.
Escucharán o no escucharán, habrá
rechazo o habrá un sutil sordera para no escuchar una palabra de salvación, como
le decían a Pablo en Atenas cuando fue al Areópago, ‘de eso nos hablarás
otro día’, mientras se daban la vuelta y le daban la espalda.
Encontraremos, es cierto, quien no quiera escuchar, a quienes les hieran en los
oídos las palabras de esperanza del evangelio con toda su novedad y con toda su
riqueza.
Hoy le damos más valor a otras cosas y
nos cuenta buscar hondura para nuestras raíces, o levantar la cabeza bien en
algo para descubrir altos valores. Disfruta del día, nos dicen, y eso parece
que es lo importante para muchos, pasarlo bien sin tener ninguna preocupación
que nos empañe nuestras ‘alegrías’, y si algo aparece que nos pudiera turbar ya
tenemos nuestros sucedáneos que nos llenen de una felicidad superficial y
caduca.
Y cuidado que nos contagiamos
fácilmente de ese espíritu del mundo, cuidado que queremos hacer nuestros
arreglos y mezclas como se solía decir para poner una vela a Dios y otra vela
al diablo. Cuántas componendas nos hacemos para decir que cumplimos, pero no
dejamos resplandecer los verdaderos valores del evangelio. Tenemos que estar
atentos. Nos cuesta muchas veces porque somos débiles y también tenemos
nuestros tropiezos, pero eso no tiene que debilitarnos; reconozcamos
humildemente nuestra debilidad y será más creíble nuestra palabra, porque
estaremos dando testimonio de que es posible el cambio y la conversión, de que
es posible comenzar de nuevo una y otra vez a pesar de los tropiezos que
tengamos. ‘Mi gracia te basta’, escuchaba Pablo en su interior cuando
sentía ese aguijón que le pulsaba por dentro y pedía a Jesús verse liberado de
él. Y Pablo siguió adelante, porque sentía que el espíritu de Dios estaba con
El para cumplir su misión.
Nosotros también hemos sido ungidos
para ser con Cristo sacerdotes, profetas y reyes. Y a pesar de nuestros
tropiezos y debilidades tenemos que presentarnos como profetas ante el mundo
que nos rodea con el testimonio de nuestra palabra y de nuestra vida. Tenemos también
que ir a otros lugares para seguir haciendo ese anuncio de la Buena Noticia,
como Jesús que recorría toda Galilea. También nos conocerán aunque les cueste
reconocer la misión que llevamos, también dirán de nosotros quienes somos o lo
que según ellos somos recordando tropiezos y debilidades, pero nuestro
testimonio no lo podemos callas. Tenemos que ser ese faro de esperanza para
nuestro mundo para conducirlo hasta la luz de Jesus, hasta la luz del
evangelio. No podemos desistir.
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