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domingo, 30 de junio de 2024

Como Jesús tenemos que ser rayos de luz y esperanza, ir despertando a tantos dormidos en la vida, tender la mano a quienes están postrados para levantarlos de la muerte

 


Como Jesús tenemos que ser rayos de luz y esperanza, ir despertando a tantos dormidos en la vida, tender la mano a quienes están postrados para levantarlos de la muerte

 Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24; Sal. 29; 2 Corintios 8, 7. 9. 13-15; Marcos 5, 21-43

Despiértate, que parece que estás dormido’, le decimos a alguien y no porque se esté durmiendo donde no debe hacerlo, por ejemplo en su lugar de trabajo, sino porque parece que le falta vida, le falta entusiasmo en aquello que está realizando, como si le faltara vida. Pero, ¿cómo reaccionamos nosotros habitualmente cuando falta la vida?

Y podemos concretar algo más, ¿cómo reaccionamos ante la enfermedad que nos limita, antes las deficiencias físicas o síquicas con que algunas veces tengamos que enfrentarnos en nosotros o en los que nos rodean, como nos enfrentamos al hecho de la muerte? No solo soportamos, se convierte como en una amargura porque queremos vivir y no queremos ninguna limitación; es el amor a la vida que todos llevamos de manera implícita en nuestro propio ser.

Queremos vivir, aunque algunas veces no sepamos cómo; y digo que no sepamos cómo porque muchas veces tenemos conceptos muy distintos en lo que es vivir; y nos podemos confundir, y aunque digamos que estamos buscando la vida, más bien nos encerramos en la muerte; hay muchas formas de estar muerto.

Pudiera parecer que me estoy enrollando de mala manera, pero es algo que en el fondo todos pensamos, aunque saquemos conclusiones diversas y no siempre convergentes. Pero es un ansia que todos llevamos. Y hoy el evangelio nos quiere hacer pensar en todo eso.

Nos habla el evangelio de una niña que está en lecho de muerte, de un padre que desesperado, podemos decir, no sabe a quién acudir y viene a Jesus; y nos habla de que Jesús se pone en camino, aunque parece como si fueran diversos los obstáculos que van apareciendo. Prescindimos de lo que nos cuenta otro evangelista de la mujer que se introduce por medio con sus hemorragias – también carencia de vida al desparramarse la sangre – en el camino de Jesús hasta casa de quien le ha pedido por su hija; pero vendrán decir que la niña ha muerto y ya no hay esperanza; allá están ya las plañideras con sus llantos y lamentaciones.

Jesús sigue el camino que ha emprendido, que es un camino que quiere que nosotros también realicemos; de hecho lo estamos realizando con nuestros miedos y con nuestras dudas, con nuestro dejarnos dormir en tantas cosas que tendrían que ser importantes y dejamos a un lado, con la muerte que vamos dejando entrar en nuestra vida con nuestras desganas, nuestros abandonos y nuestras desconfianzas, nuestros cansancios y aburrimientos, con tantas rupturas de todo tipo que nos van destrozando por dentro; de tantas maneras nos vemos envueltos en un circulo de sombras que parecen fúnebres en nuestra vida.

‘La niña no está muerta, sino dormida’, les dirá jesus a los que ya están haciendo duelo, aunque no lo comprendan e incluso se rían de El. ¿Dirá eso Jesús de nosotros?  Si solo está dormida se podrá despertar. Es un rayo de esperanza el que quiere entrar en aquella casa tan envuelta en sombras lúgrubes, que estaban allí ya desde el primer momento las plañideras.

¿No seremos de alguna manera plañideras de nuestra propia vida en muchas ocasiones? Claro que vienen las dificultades en la vida y los contratiempos, y nosotros lo que hacemos es quejarnos de todo y de todos; pronto queremos echar balones fuera y empezamos a ver culpabilidades; o nos sentimos impotentes e incapaces de levantarnos para comenzar de nuevo y allí donde hay sombras tratar de poner luz; o abandonamos ante la primera dificultad sin intentar buscar solución, encontrar una salida, descubrir otras posibilidades de hacer las cosas. Como se suele decir, muchas veces somos unos quejicas. Y aún más a quien viene a intentar darnos una solución le decimos ya de antemano que las cosas no tienen solución porque está todo perdido.

Jesus siguió adelante, se abrió paso entre aquellos que lo veían todo perdido. Y a Jairo le decía, ‘basta que tengas fe’. ¿Será posible la esperanza cuando parece que todo está perdido? ¿De qué nos puede valer esa fe? Es lo que muchos se siguen preguntando y quizás quieran planteárnoslo si nosotros queremos seguir adelante como Jesus. Jesus cogió de la mano a la niña y la levantó. ‘A ti, te lo digo, levántate’. Y le dijo a los padres que le dieran de comer.

¿Nos dejaremos que nos tomen de la mano para levantarnos de nuestra oscuridad de muerte en la que tantas veces nos vemos envueltos? Quizá no nos hemos dado cuenta ni lo hemos valorado, pero cuántas veces hemos salido de nuestras postraciones, de nuestros malos momentos; cuántas veces hemos comenzado a creer de nuevo que es posible, que se puede cambiar o se puede recomenzar, que las cosas comienzan a tener solución. ¿Habremos pensado en esa mano de Dios que ha llegado a nosotros a través quizás de quien menos pensamos que con una palabra de ánimo nos puso de nuevo en camino? Sepamos tener ojos de fe y vemos a Dios actuando sobre nuestra vida, aunque no lo hayamos sabido siempre agradecer.

Pero decíamos que con Jesús nos hemos puesto en camino porque El siempre nos invita a ir más allá, a ir a la otra orilla, a llegar allí hasta esa cama de postración y de muerte en que se pueden encontrar tantos; como Jesús tenemos que saber ser rayos de luz y de esperanza, como Jesús tenemos que ir despertando a tantos por la vida; como Jesús tenemos que tender la mano a quien está postrado en ese lecho – y no nos dé miedo ni asco dar la mano por mucha que sea la miseria con que nos encontremos – porque tenemos que levantarlos de la muerte y hacerlos ir también al encuentro con la vida.

Pensemos en lo que hoy mismo podemos hacer en este sentido, no lo dejemos para mañana, porque la vida tiene que hacerse más presente en nuestro mundo.


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