Como
cristianos tenemos que mirar a Cristo y a su Pascua, para experimentar en
nosotros el paso de Dios por nuestra vida y así ser testigos de Evangelio ante
el mundo
Hechos de los apóstoles 4, 13-21; Salmo 117;
Marcos 16, 9-15
¿Tan difícil es creer? Pudiera parecer
una pregunta retórica sin embargo ante esa pregunta no todos van a responder de
la misma manera. Desde los que te dicen que para ellos es fácil, porque solo
significa aceptar unas tradiciones o unos mandatos para la vida y realmente no
se hacen más planteamientos profundos, como que para decir que de verdad somos
creyentes es necesario implicar la vida en esas verdades en las que decimos que
creemos, pero también los que lo consideran algo irracional, supersticiones
heredades de otros tiempos, de otras tradiciones pero que nos dicen que
razonablemente el hombre de hoy no tiene por qué implicarse en una vida de fe,
en una vida y prácticas religiosas, o que eso lo consideran como algo del
pasado o algo meramente privado y allá cada uno con su fuero interno.
Claro que cuando nos lo estamos
planteando así, no sé si todos comprenderán lo mismo en relación a lo que es
creer, o si nos podemos quedar en una visión superficial de la fe. Y es que
decir que tengo fe no es simplemente como un barniz externo que pongo a mi vida
con unos ritos o unos cumplimientos sin que realmente esté convencido, sino que
es algo mucho más hondo que le va a dar un sentido y un valor a la vida. Cuando
me digo creyente y creyente cristiano es mucho más lo que tenemos que manifestar
o lo que realmente tenemos que hacer vida nuestra.
Cuando hablamos de fe estaremos
entrando en una visión, llamémosla así, de confianza, pero una confianza que
estoy otorgando desde una experiencia previa de amor. Me siento amado de Dios,
y más cuando lo miro todo desde la óptica de Jesús, y estoy dando una respuesta
de amor poniendo mi confianza en quien sabemos que verdaderamente nos ama. Y me
convenzo de ese amor desde lo que contemplo en Jesús, pero más aun desde lo que
yo voy experimentando en mi propia vida de lo que es ese amor que Dios nos
tiene que nos ha entregado a Jesús. En ese amor me siento transformado, en ese
amor siento que la vida tiene un distinto sentido y valor, en ese amor me
siento engrandecido a pesar de todas las limitaciones que yo sé que tengo en mi
vida, porque me conozco y conozco mis debilidades.
Sin embargo, no siempre es fácil, me
siento envuelto en esas mismas debilidades que no me dejan dar toda esa
respuesta de amor que tendría que dar a todo el amor que de Dios recibo. Son
muchos los cantos de sirena que tratan de arrastrarme encandilándome con otras
cosas que parece que se nos presentan más fáciles o donde no tendríamos que
realizar tanto esfuerzo para superarnos. Miramos a nuestro alrededor y vemos el
sentido de vida de tantos envueltos en sus superficialidades y que parece que
nada les preocupa y pareciera que todo les va bien, y nos sentimos tentados.
Nos ponemos con nuestros razonamientos humanos donde todo nos lo queremos
explicar de manera fácil, y nos llenamos de dudas y desconfianzas.
¿Dónde está, pues, nuestra fe? Como
cristiano miro a Cristo y a su Pascua. Cuando estoy contemplando a Cristo estoy
sintiendo un paso de Dios por mi vida, un paso de Dios que me está diciendo que
me ama y solo me pide su amor. Pero muchas veces nos cuesta mirar la Pascua de
Cristo; nos sentimos como desconcertados con su sufrimiento, son su pasión y su
muerte y no terminamos de contemplar toda la luz que viene a resplandecer en la
Pascua, al contemplar a ese Cristo crucificado.
Todavía muchas veces seguimos buscando
solo al crucificado y no terminamos de contemplarlo vivo y glorioso, no
llegamos a captar todo el sentido de la Pascua. Y eso se debe también a las
influencias que recibimos de mundo, a las cobardías por las que muchas veces
nos dejamos arrastrar cuando tendríamos que ser verdaderos testigos de
resurrección.
Hoy el evangelio de Marcos, en su concisión
y brevedad nos ofrece un resumen de aquellos momentos de la Pascua de los
primeros discípulos. Cuanto les costaba creer que Jesús realmente había
resucitado. No aceptaban el testimonio los unos de los otros. Ni creyeron a las
mujeres que fueron al sepulcro, ni querían creer a aquellos discípulos que
volvieron de Emaús con sus ricas experiencias de Cristo resucitado. Finalmente
Cristo se les manifiesta allí en el cenáculo y aunque en principio también se
sintieron sorprendidos, terminaron creyendo en Jesús. Jesús les echó en cara su
incredulidad y su dureza de corazón, pues no habían creído a los que lo habían
visto resucitado.
Definitivamente desde aquella
experiencia ahora sí se convierten en los testigos que han de ir por el mundo
anunciando esa Buena Nueva. Es el mandato de Jesús. ‘Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación’. Es el evangelio de la vida y de
la salvación, es el evangelio del perdón y de la gracia, es el evangelio del
amor de Dios, que no podemos callar. Como dirían más tarde cuando intentaban
hacerlo callar y prohibirles hablar en el nombre de Jesús, dirán que no pueden
callar lo que han visto y oído.
¿Nosotros podemos decir lo mismo también?
¿Es de esa manera que hacemos anuncio del evangelio? ¿Estaremos transmitiendo también
lo que hemos experimentado en nuestra vida convirtiéndonos así en testigos de
ese evangelio? Arranquémonos de una vez por todas de nuestras dudas y
cobardías.
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