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lunes, 15 de enero de 2024

Que el Espíritu del Señor nos dé una revolcadura por dentro a ver si un día despertamos y de una vez por todas vestimos el vestido nuevo del evangelio

 


Que el Espíritu del Señor nos dé una revolcadura por dentro a ver si un día despertamos y de una vez por todas vestimos el vestido nuevo del evangelio

1Samuel 15, 16-23; Salmo 49; Marcos 2, 18-22

Ya comenzaba a crear inquietud en algunos sectores aquel nuevo profeta que había aparecido por Galilea. Sus palabras despertaban fervor en algunos, mientras otros se sentían inquietos porque las señales que iba realizando de alguna manera iban ya anunciando y prefigurando como un nuevo estilo, como un nuevo sentido para muchas cosas.

Sorprendían los milagros que iba realizando, curaciones de enfermos, paralíticos que comenzaban a caminar, hombres poseídos por espíritus inmundos que eran liberados de su mal, pero además sorprendían también las circunstancias, la autoridad con que se manifestaba y lo que parecía que descuidara algunas costumbres y ritos a los que estaban acostumbrados y que parece que convertían en cosas fundamentales.

Los que comenzaban a escucharle y seguirle no parece que dieran señales del cumplimiento de esos ritos como eran los ayunos a los que estaban acostumbrados los fariseos y que parecía que aquel profeta del desierto había dado tanta importancia. Sin embargo, les hablaba de conversión, de un cambio radical de vida y de sentido, que les decía que era fundamental para poder creer y aceptar esa Buena Noticia que proclamaba con el anuncio de la llegada del Reino de Dios.

Es por lo que ahora vienen a reclamarle, de alguna manera, por qué sus discípulos no ayunan como lo hacen los fariseos o los discípulos del Bautista. Y Jesús para responder les habla de fiesta y de banquete de bodas, de la alegría del novio en su boda, pero de la alegría y la fiesta de los amigos del novio. ¿Cómo pueden estar tristes y cabizbajos si están participando de la boda de su amigo? Hablará Jesús muchas veces de un banquete de bodas al que todos están invitados; y estar de bodas es fiesta, es alegría, porque no se va a celebrar entre lágrimas, salvo que sean de alegría.

Jesús habla ahora, y lo hace claramente, de algo nuevo. No se puede andar con remiendos; habla de un vino nuevo que necesita de unas vasijas nuevas porque las que ya están cuarteadas lo que harán es romperse porque no pueden soportar el empuje y la fuerza de un vino nuevo. Y nosotros que queremos seguir andando con remiendos; es necesario un manto nuevo; es necesario saborear el vino nuevo, los vinos pasados pueden perder fuerza o agriarse. Pero nosotros parece que seguimos muy contentos conservando las cosas de antes, todavía nos gustan los oropeles y las campanillas que llamen la atención. ¿Qué es lo que tendría que brillar y qué es lo que tendría que llamar la atención?

Porque cuando hoy estamos comentando este texto del evangelio no es para hacer un juicio de la aceptación o no de aquella gente en el tiempo de Jesús de su mensaje de Evangelio. Somos nosotros los que tenemos que mirarnos, es nuestra iglesia de hoy la que tenemos que contemplar, son nuestras reticencias con las que tenemos que entrar en juicio, son esas cosas que resucitamos para quedarnos en apariencias las que tenemos que analizar, para ver si en verdad estamos entrando en la novedad del evangelio.

Somos nosotros los que tenemos que vestir el traje nuevo que Jesús nos ofrece en su evangelio y no andar con componendas y remiendos. Tenemos el peligro de cuidar mucho la suntuosidad de nuestros templos o nuestras celebraciones, pero pasamos de largo ante el que nos tiende la mano pidiendo una ayuda quizá porque su apariencia nos desagrada. Nos preocupamos de buscarnos ornamentos cada vez más suntuosos y brillantes y no tenemos una manta con que cubrir la desnudez de un pobre en la orilla del camino. Hablamos y decimos cosas muy bonitas y hermosas que nos encantan a los oídos, pero no tenemos una mirada a los ojos de aquel con quien nos cruzamos en el camino. Nos cuesta hacerlo, reconozcámoslo. Lo pensamos, y hasta estamos convencidos, pero no damos el paso.

Dejemos que el Espíritu del Señor nos dé una revolcadura por dentro a ver si un día despertamos para ver si de una vez por todas vestimos el vestido nuevo del evangelio.

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