Dios
sigue contando hoy contigo y conmigo, y cada uno sabe con sinceridad en su
interior cómo es y cual es el recorrido, cuenta con nosotros y quiere que
estemos con El
1Samuel 24, 3-21; Sal 56; Marcos 3,
13-19
Todos queremos realizar nuestro trabajo
y de la mejor manera posible; ponemos nuestro empeño, nuestro esfuerzo,
nuestras capacidades para ir sacando adelante aquel trabajo de nuestras manos,
o de nuestras capacidades y posibilidades. Pero todo comprendemos hoy que nada
vamos a hacer en su totalidad por nosotros mismos, que necesitamos contar con
tareas que otros hayan realizado, o con personas que trabajen a nuestro lado,
cada uno según sus ‘saberes’ y sus capacidades para poder realizar un trabajo
en conjunto que llegue a lo mejor. Buscamos para trabajar con nosotros los
mejores colaboradores, las mejores cualidades y valores, queriendo rodearnos de
lo mejor. Es, podríamos decir, la sabiduría de la vida que también hemos ido
aprendiendo.
Es como Dios nos ha creado, pensamos y
decimos desde nuestra antropología cristiana. El mundo no lo puso en las manos
de un solo hombre, sino de toda la humanidad, y somos todos, sabiendo trabajar
juntos en armónica colaboración, los que tenemos la tarea de continuar esa obra
creadora de Dios puesta en nuestras manos. Si llegáramos a comprenderlo bien se
acabarían tantos egoísmos y orgullos, tanto individualismos y tantas guerras
que nos hacemos los unos a los otros, porque siempre queremos sobresalir
individualmente y nos olvidamos de la belleza que entre todos tenemos que saber
crear.
Es lo que contemplamos que va haciendo
Jesús en el evangelio. Comienza haciendo el anuncio del Reino de Dios y le
veremos ir de un lado a otro en esa proclamación de la Palabra. Pronto va
llamando a aquellos que le van a seguir de mas cerca; invitará a los pescadores
del mar de Galilea a ser pescadores de una pesca más amplia cuando les habla de
ser pescadores de hombres; llamará a Mateo desde su garita de cobrador de
impuestos, o invitará a Felipe a seguirle, aceptará a Natanael que viene hasta
El aun con sus reticencias, y serán muchos los que le van siguiendo de cerca
formando un grupo más compacto junto a El. En un momento a ese grupo grande de
discípulos los envía de dos en dos por donde ha de ir El para que vayan por
delante haciendo el anuncio del Reino.
Hoy en el evangelio contemplamos como, ‘mientras
subía al monte, de entre todos los discípulos, llamó a doce para que estuvieran
con El y para enviarlos a predicar con la autoridad de curar enfermos y
expulsar demonios’, su misma autoridad. Y a continuación el evangelista nos
da nominalmente quienes forman ese grupo con sus propios nombres.
‘Llamó a los que quiso y se fueron
con El’, dice el evangelista. ¿Y a
quienes llamó? En nuestros criterios humanos nos hubiéramos puestos a escoger
muy bien, trazándonos unos perfiles muy concisos y exigentes, porque hubiéramos
querido escoger a los mejores según nuestros criterios. Pero llamó a unos
pescadores, llamó a una gente sencilla, la mayoría de ellos sin nombre y sin
que hubieran destacado por otros lados, incluso alguno de los que más
despreciados eran por los que se consideraban importantes, porque era un
publicano, un recaudador de impuestos, algunos zelotes de aquellos grupos medio
exaltados y revolucionarios que estaban en contra de la situación que vivía
Israel en aquellos momentos. Pero fueron los que escogió Jesús para que
estuvieran con El y para enviarlos a predicar con su misma autoridad.
Pero ya sabemos que el Señor no se fija
en las apariencias, que Jesús mira el corazón, que Jesús descubre en nosotros
otros valores que quizás los que están a nuestro lado no son capaces de ver, ni
nosotros mismos de reconocer. Porque Dios sigue contando hoy contigo y conmigo;
y cada uno sabe con sinceridad en su interior cómo es y cual es el recorrido,
muchas veces lleno de sombras, que nosotros hemos hecho. Y Dios cuenta con
nosotros. Y quiere que estemos con El. Y también nos dará esa autoridad para
que sigamos haciendo el anuncio del Reino hoy.
¿Tendríamos que aprender a ver y
reconocer los auténticos valores que llevamos por dentro, que tienen las
personas que están cerca de nosotros? ¿Tendríamos que aprender a reconocer y
agradecer ese querer contar Dios con nosotros a pesar de nuestras limitaciones
o de las sombras que haya en nuestra vida? ¿Por qué andamos con tantos
prejuicios, con tantas apreciaciones que nos hacemos de los demás, con tantos
sambenitos que seguimos colgando sobre los hombros de los otros simplemente
porque no nos caen bien? A muchas consideraciones tendría que llevarnos este
evangelio que hoy estamos contemplando.
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