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domingo, 18 de junio de 2023

‘Gratis habéis recibido, dad gratis’, regalemos amor, que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo

 


‘Gratis habéis recibido, dad gratis’, regalemos amor, que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo

Éxodo 19, 2-6ª; Sal 99; Romanos 5, 6 11; Mateo 9, 36-10, 8

Tengo un amigo que siempre me dice que no le gustan las aglomeraciones, donde hay mucha gente, los apretujones, el no poderse mover a su aire, no se explica bien el porqué huye de esas aglomeraciones, pero en cierto modo se entiende, en medio de una masa uno se siente un desconocido, aunque rodeado de mucha gente se siente aislado, no te sientes conocido, de alguna manera ignorado porque solo eres uno más en medio de esa masa.

Algunas veces cuando voy en un medio de transporte, en medio de toda aquella gente que allí vamos como muy unidos, porque el espacio es reducido, sin embargo eres un desconocido; qué sabes de esas personas que van a tu lado, que están contigo en una cola, por ejemplo, y qué saben de ti; de alguna manera nos ignoramos los unos a los otros, porque cada uno va a lo suyo; hoy vamos enfrascados en nuestros móviles cada uno pendiente de la conversación que mantiene con alguien que está al otro lado del mundo, pero no se ha fijado en quien tiene a su lado. Cuando ves a alguien que se sonríe, o intenta tener un detalle contigo para cederte el paso o darte un lugar para sentarte, parece que ves la luz, algo nuevo comienza a brillar.

Hoy nos dice el evangelio que Jesús se encontró con una muchedumbre que le esperaba y sintió lástima de ellos, ‘porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y les dice a los discípulos que la mies es mucha, pero que los obreros son pocos, que rueguen al Señor de la mies para que envíe trabajadores para su mies.

Pero aquí viene el detalle de Jesús, llamó a doce, a cada uno por su nombre, ‘y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia’. Y les dio instrucciones y los envió a anunciar el Reino, pero los envió a curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, echar demonios. Son doce a los que envía, y los envía para que vayan teniendo un contacto directo con aquellos que están llenos de sufrimientos; se acercarán a la persona que está enferma para curarla, limpiarán a aquel en concreto que está leproso, liberarán en concreto del mal a quien está poseído por el maligno. Han de ir al encuentro con la persona, allí donde hay dolor y sufrimiento.

Nos rodea, sí, una muchedumbre desconcertada, desorientada. Miramos nuestro mundo y vemos la inmensidad de trabajo que nos espera si en verdad queremos coger el guante que nos lanza Jesús para que vayamos a realizar su obra. Miro en mi entorno y de me doy cuenta de cuanta indiferencia en tantas aspectos de la vida nos envuelve. Nos hemos convertido en seres anónimos, sin nombre.

¿No nos sucede que algunas veces no sabemos el nombre de quien vive en nuestro mismo edificio, o quien vive cuatro casas más allá en nuestra misma calle? Vamos a lo nuestro, nuestros problemas, nuestras luchas, nuestras cosas, a lo más ese círculo de personas, que no siempre amigos, que están cerca de nosotros quizá por razón de trabajo, pero que cada uno se las apañe como pueda. Como mencionábamos antes por las redes sociales estamos más atentos a quien vive en otro continente, que de la persona que va con nosotros en el mismo transporte publico.

¿Tendremos que curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos? Empecemos por dejarnos curar nosotros mismos, queriendo escuchar esa llamada que por nuestro nombre nos está haciendo el Señor. Despojémonos de esos lienzos de individualismo que tantas veces nos envuelven para poder caminar liberados de ataduras y prejuicios al encuentro de esa persona que tenemos ahí muy cerca, pero que tantas veces pasamos a su lado ignorándolo. Esos son los milagros que nos pide el Señor.

Vayamos con ese bálsamo de la escucha, con esa luz de una sonrisa, con esa mirada a los ojos para que el otro vea que tú le interesas. Cuantas señales podemos dar de esa cercanía del Reino de Dios con nuestra cercanía, con nuestro cederle el paso o darle un asiento en el transporte, con tantos gestos de humanidad que tenemos que comenzar a dar si no queremos que cada vez se haga más inhumano nuestro mundo. No es cuestión de gritar derechos, que eso es muy fácil hacerlo enardecidos por una manifestación, sino sepamos darle esos derechos a la persona cuando nos interesamos por ella, cuando estamos a su lado, cuando ponemos el aire fresco de una sonrisa a nuestro paso por la calle en medio de tantos que caminan indiferentes.

Gratis habéis recibido, dad gratis’, termina diciéndonos hoy Jesús. Regalemos amor. Que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en nuestro mundo.

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