‘Gratis habéis recibido, dad gratis’, regalemos amor, que
nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a brillar en
nuestro mundo
Éxodo 19, 2-6ª; Sal 99; Romanos 5, 6 11; Mateo 9,
36-10, 8
Tengo un
amigo que siempre me dice que no le gustan las aglomeraciones, donde hay mucha
gente, los apretujones, el no poderse mover a su aire, no se explica bien el
porqué huye de esas aglomeraciones, pero en cierto modo se entiende, en medio
de una masa uno se siente un desconocido, aunque rodeado de mucha gente se
siente aislado, no te sientes conocido, de alguna manera ignorado porque solo
eres uno más en medio de esa masa.
Algunas veces
cuando voy en un medio de transporte, en medio de toda aquella gente que allí
vamos como muy unidos, porque el espacio es reducido, sin embargo eres un
desconocido; qué sabes de esas personas que van a tu lado, que están contigo en
una cola, por ejemplo, y qué saben de ti; de alguna manera nos ignoramos los
unos a los otros, porque cada uno va a lo suyo; hoy vamos enfrascados en
nuestros móviles cada uno pendiente de la conversación que mantiene con alguien
que está al otro lado del mundo, pero no se ha fijado en quien tiene a su lado.
Cuando ves a alguien que se sonríe, o intenta tener un detalle contigo para
cederte el paso o darte un lugar para sentarte, parece que ves la luz, algo
nuevo comienza a brillar.
Hoy nos dice
el evangelio que Jesús se encontró con una muchedumbre que le esperaba y sintió
lástima de ellos, ‘porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que
no tienen pastor’. Y les dice a los discípulos que la mies es mucha, pero
que los obreros son pocos, que rueguen al Señor de la mies para que envíe
trabajadores para su mies.
Pero aquí viene el detalle de Jesús,
llamó a doce, a cada uno por su nombre, ‘y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y
curar toda enfermedad y dolencia’. Y les dio instrucciones y los envió a anunciar el Reino,
pero los envió a curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos, echar
demonios. Son doce a los que envía, y los envía para que vayan teniendo un
contacto directo con aquellos que están llenos de sufrimientos; se acercarán a
la persona que está enferma para curarla, limpiarán a aquel en concreto que
está leproso, liberarán en concreto del mal a quien está poseído por el
maligno. Han de ir al encuentro con la persona, allí donde hay dolor y
sufrimiento.
Nos rodea,
sí, una muchedumbre desconcertada, desorientada. Miramos nuestro mundo y vemos
la inmensidad de trabajo que nos espera si en verdad queremos coger el guante
que nos lanza Jesús para que vayamos a realizar su obra. Miro en mi entorno y
de me doy cuenta de cuanta indiferencia en tantas aspectos de la vida nos
envuelve. Nos hemos convertido en seres anónimos, sin nombre.
¿No nos
sucede que algunas veces no sabemos el nombre de quien vive en nuestro mismo
edificio, o quien vive cuatro casas más allá en nuestra misma calle? Vamos a lo
nuestro, nuestros problemas, nuestras luchas, nuestras cosas, a lo más ese círculo
de personas, que no siempre amigos, que están cerca de nosotros quizá por razón
de trabajo, pero que cada uno se las apañe como pueda. Como mencionábamos antes
por las redes sociales estamos más atentos a quien vive en otro continente, que
de la persona que va con nosotros en el mismo transporte publico.
¿Tendremos
que curar enfermos, resucitar muertos, limpiar leprosos? Empecemos por dejarnos
curar nosotros mismos, queriendo escuchar esa llamada que por nuestro nombre
nos está haciendo el Señor. Despojémonos de esos lienzos de individualismo que
tantas veces nos envuelven para poder caminar liberados de ataduras y
prejuicios al encuentro de esa persona que tenemos ahí muy cerca, pero que
tantas veces pasamos a su lado ignorándolo. Esos son los milagros que nos pide
el Señor.
Vayamos
con ese bálsamo de la escucha, con esa luz de una sonrisa, con esa mirada a los
ojos para que el otro vea que tú le interesas. Cuantas señales podemos dar de
esa cercanía del Reino de Dios con nuestra cercanía, con nuestro cederle el
paso o darle un asiento en el transporte, con tantos gestos de humanidad que
tenemos que comenzar a dar si no queremos que cada vez se haga más inhumano
nuestro mundo. No es cuestión de gritar derechos, que eso es muy fácil hacerlo
enardecidos por una manifestación, sino sepamos darle esos derechos a la
persona cuando nos interesamos por ella, cuando estamos a su lado, cuando
ponemos el aire fresco de una sonrisa a nuestro paso por la calle en medio de
tantos que caminan indiferentes.
‘Gratis
habéis recibido, dad gratis’, termina diciéndonos hoy Jesús. Regalemos
amor. Que nuestros gestos sean luz para los demás, que algo nuevo comience a
brillar en nuestro mundo.
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