Nuestra
riqueza no son las seguridades en que nos podamos apoyar, nuestro tesoro es el
Señor que nos envuelve con su presencia y nos llena de una luz con sabores de
eternidad
2Corintios 11,18.21b-30; Sal 33; Mateo
6,19-23
Hazte un
seguro de vida porque no sabemos lo que el mañana nos deparará y mejor es tener
asegurado algo, habremos escuchado más de una vez, habremos recibido visitas de
corredores de seguros, o quizás nos lo hemos pensado en alguna ocasión.
Buscamos seguridades, queremos tener asegurada una pensión para el futuro y que
cubra todas nuestras necesidades. Así andamos en la vida, así nos manejamos, así
necesitamos esas seguridades.
Pero de esto
y de esta manera no es de lo que nos habla el evangelio. Asegurarnos un tesoro
en el cielo… y quizás hemos ido acumulando rezos y penitencias, sumamos las
veces que hemos ido a Misa, o las cofradías o hermandades a las que pertenecemos,
como aquel que me decía un día que él había hecho los nueve primeros viernes
muchas veces cuando chico, y que ahora ya lo tenía asegurado todo en referencia
a la salvación, ahora, me decía, ya no necesitaba ir a Misa, que las llevaba
por adelantado.
¿Es de eso de
lo que nos está hablando Jesús hoy en el evangelio? Muchas veces cogemos sus
palabras tan demasiado a lo textual que le queremos hacer decir lo que El no
nos ha dicho. Ya sé que en varias ocasiones nos ha hablado de vender todo lo
que tenemos para dar nuestro dinero a los pobres y así tengamos un tesoro en el
cielo. Porque un día tuviste un pronto de generosidad y repartiste tus cosas
con los necesitados, ¿ya lo tenemos todo hecho? ¿Cuál es realmente ese tesoro
de nuestra vida? ¿Nos quedaremos en cosas que hagamos y cuyos méritos vamos
acumulando?
Creo que
Jesús nos quiere decir mucho más que todo eso, aunque nos parezca que haciendo
esas cosas ya nos podemos quedar tranquilos, porque seguimos con nuestros
parámetros y nuestras medidas humanas. Nuestro tesoro no son cosas acumuladas,
nuestro verdadero tesoro es el Señor, la fe es la que nos hará descubrir esa
verdadera riqueza de nuestra vida. Nuestro apoyo y nuestra fortaleza es el
Señor, es su amor que cuando nos dejamos envolver y empapar por ese amor de
Dios entonces nuestra vida sí estará llena de vida y de esplendor, es la gloria
del Señor que envuelve nuestra vida.
Envueltos en
esa gloria del Señor, inmersos en Dios y envueltos de su presencia nuestra vida
se llenará de luz, porque se llenará del amor de Dios; nuestra mirada será
luminosa para descubrir la belleza de esa vida misma que Dios nos ha regalado y
que entonces viviremos con un sentido nuevo y distinto, pero para descubrir
también el valor y la riqueza de cada persona, a quienes valoraremos de una
manera especial, a quienes regalaremos nuestro amor.
Actitudes
nuevas aparecen en nuestra vida, una responsabilidad grande sentimos que
tenemos en nuestro propio vivir porque todo cuanto hagamos se llena de una
trascendencia distinta, comienza a haber una nueva forma de relacionarnos los
unos con los otros, un nuevo sentido de comunión se abrirá en nuestros corazones
que se hacen generosos y desprendidos.
Vamos llenos
de Dios y en ese Dios nos sentimos en comunión con los demás, ¿cómo podremos
dejarlos en su sufrimiento, en sus carencias, en su propia debilidad? Todo
tiene que ser distinto. Seremos capaces de despojarnos de nuestro yo egoísta y
por eso surge aquello que nos dice Jesús que vendamos lo que tenemos para
repartirlo con los pobres. No son las cosas que poseemos nuestra riqueza sino
que nuestro verdadero tesoro será una vida llena de amor, llena de Dios.
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