Seremos
buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a la Iglesia a rezar, sino sobre todo
cuando salimos a los caminos de la vida a amar a todos y sin distinción
2Corintios 7, 8,1-9; Sal 145; Mateo 5,43-48
Hemos de
reconocer que mientras no nos molesten en la vida somos pacíficos; nos gusta
llevarnos bien con la familia, con los vecinos, y con la gente que nos
encontramos por la calle normalmente somos corteses y educados. Está bien,
pero, como decíamos, mientras no nos molesten.
Si un día
alguien nos contrarió en algo, si sabemos que tiene ideas distintas a las
nuestras – y no digamos nada cuando nos metemos con la política o los políticos
-, si alguien en un momento determinado hizo algo que nosotros pudiéramos
considerar ofensivo, entonces las cosas cambian, nos dejamos de hablar,
comenzamos a mirarnos de lado, ya en
todo lo que hace siempre encontraremos un defecto, una maldad o malicia que
muchas veces más que nada es la que nosotros tenemos, ya no somos tan amigables
ni corteses. Es nuestra realidad de cada día, lo que nos vamos encontrando,
pero lo que vamos haciendo también. Ya parece que todos nos son tan buenos.
Y decimos que
vivimos en un ambiente de cristianos, si nos preguntan o nos quieren echar en
cada, ya estaremos diciendo que somos cristianos de toda la vida y ponemos mil
razonamientos o justificaciones más. Pero realmente, seamos sinceros, ¿dónde
están los valores del evangelio? ¿Cuáles son nuestros criterios para actuar
según el espíritu y el sentido del evangelio? ¿Habremos dado el paso adelante
que nos pide Jesús? ¿Qué es lo que de verdad nos define como cristianos?
Es lo que
Jesús nos va desgranando en el sermón de la montaña. Y nos habla de la acogida
mutua que siempre hemos de ejercer, sea quien sea; para un cristiano no pueden
haber enemigos, un cristiano siempre ha de tener la mirada limpia y luminosa
para ser capaz de ver en el otro un hermano, un cristiano siempre tiene el
corazón abierto a la comprensión y al perdón, un cristiano si algo tiene que
destacar es en la capacidad de amar.
Y es que nos
decimos cristianos cuando hemos optado por Jesús, cuando somos capaces de poner
como criterios de nuestra vida los criterios de Jesús. Y lo primero que nos
dice Jesús es que Dios nos ama y es nuestro Padre; en consecuencia de Dios para
abajo todos somos hermanos, y los hermanos se aman y se perdonan, los hermanos,
porque nos conocemos y nos amamos, comprendemos las limitaciones de los demás
como reconocemos también las propias y lo que vamos a hacer es ayudarnos
mutuamente para superar esas limitaciones sin tener en cuenta los roces que se
hayan producido entre nosotros. El otro no es un adversario sino un hermano.
Y nos habla
Jesús del Padre bueno que hace salir el sol sobre todos, sean malos o sean
buenos. Y nos habla Jesús que no solo haremos el bien a aquel que ya ha sido
bueno con nosotros, porque eso lo puede hacer cualquiera aunque no se llame
cristiano, sino que con todos vamos a tener un corazón generoso capaz de darse
sin esperar compensación, y compartiendo también con aquel que quizá nunca tuvo
un gesto bondadoso conmigo.
Si ayudamos
solo a los que nos ayudan, ¿qué mérito tenemos? Si saludamos solo a los que nos
saludan, ¿qué es lo que estamos haciendo de extraordinario? Por eso nos dice
Jesús que incluso recemos por aquellos que nos hayan ofendido. Una diferencia
tiene que haber en nuestra vida.
Y nos dice
Jesús que cuando actuemos así es cuando en verdad nos estamos manifestando como
hijos del Padre celestial. Seremos buenos hijos de Dios no solo cuando vamos a
la Iglesia a rezar, sino sobre todo cuando salimos a los caminos de la vida a
amar a todos y sin distinción. Es más nos dice que en esto tenemos que ser
perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto. El amor ha de ser el primer
brillo y resplandor de nuestra santidad.
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