Una
invitación a un reconocimiento de quien es ese niño que hemos visto nacer en
Belén y para que emprendamos un camino de humildad reconociendo el valor de los
demás
1Juan 2, 29 – 3, 6; Sal 97; Juan 1, 29-34
En la vida
muchas veces somos desconfiados. Una desconfianza que puede nacer dentro de
nosotros quizás desde diferentes motivos; quizás habíamos puesto la confianza
en algo o en alguien y nos falló, se volvió contra nosotros quizás cuando más necesitábamos
de su lealtad, podríamos decir que nos han dado motivos; pero también nos surge
la desconfianza desde nosotros mismos, porque en nuestro orgullo queremos estar
siempre en el candelero, como se suele decir, y puede venir alguien que nos
haga sombra, que ocupe nuestro lugar, y muchas veces sin que ni siquiera esto
suceda, ya andamos con nuestra desconfianza porque de alguna manera nosotros
andaríamos con las mismas, convertimos demasiado la vida en una lucha a muerte
entre unos y otros, no terminamos de entender que cada uno tiene su lugar y que
cada uno ha de aportar según los que sean sus valores y sus cualidades.
Juan el
Bautista, aunque había optado por una vida austera y de penitencia, viviendo en
el desierto, viviendo pobremente y no queriendo necesitar de nada para su vida,
pues le bastaban unos saltamontes o miel silvestre para su alimento, sin
embargo había ido alcanzando cierta notoriedad. Su palabra era valiente para
aquellos que se acercaban a El para escucharle y había comprendido bien cuál
era su misión. Allá invitaba a la gente a la conversión para preparar los
caminos del Señor y había cogido fama de profeta, de Jerusalén habían venido
incluso a preguntarle si era profeta o si acaso él era el Mesías, pero sabía
ocupar su lugar.
Era un hombre
de Dios, un hombre que abría su corazón a Dios y sabía escucharle allá en lo
más hondo de sí mismo. Sabe cual es su misión y no tiene miedo que nadie le
haga sombra. Como hombre lleno del Espíritu de Dios era humilde y sabía bien
que solo era la voz que clama en el desierto.
Hoy nos da
testimonio de Jesús y lo hace claramente. No solo lo señala como ‘el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo’ – esta palabra hará, como veremos en
otro momento, que inclusos sus discípulos comiencen a irse con aquel que ha
señalado como el Cordero de Dios – sino que además ha sentido en lo más hondo
de si mismo el Espíritu de Dios que le decía a quien tenía que reconocer en
verdad como el Mesías. Juan da
testimonio. ‘Este es aquel de quien yo dijo: Tras de mí viene un hombre que
está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he
salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel’.
‘Está por delante de mí, porque
existía antes que yo’. Como hombre
había nacido seis meses después de Juan, pero Juan reconoce la divinidad de
Jesús ‘porque existía antes que yo’. Así terminará proclamándolo. ‘Y
yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios’.
Juan, como decíamos era un hombre
abierto a Dios y con humildad. En su corazón había sabido quien era Jesús,
aunque como decía no lo conocía. El sabía solamente cual era su función, había
salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel. Era lo que
Juan estaba realizando allí en el desierto y manifestándolo a todos aquellos
que llegaban a escucharle. Era una invitación para que reconocieran a Jesús,
aunque luego más tarde, quizás ante las dudas de sus propios discípulos,
enviará a preguntarle si era El en verdad quien había de venir o tenían que
esperar a otro.
‘He contemplado al Espíritu que
bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el
que me envió a bautizar con agua me dijo: Aquel sobre quien veas bajar el
Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo’. Ha sido ya el momento del Bautismo de Jesús, aunque
nosotros todavía lo celebremos el próximo domingo, pero ahora Juan da
testimonio de lo que allí vivió. Sobre Jesús había visto bajar del cielo el
Espíritu en forma de paloma. Y ahora da testimonio, dando paso así a la misión
de Jesús.
Un texto del evangelio que estamos
meditando y que es una invitación a una confesión de nuestra fe en Jesús. Pero
un texto que nos enseña para la vida la humildad de Juan para que sepamos dar
paso también a los demás en su función en la vida, para que no andemos con
nuestros temores y desconfianzas, para que dejemos que también los demás
resplandezcan, porque esa humildad del reconocimiento de los valores de los
demás es camino para que en verdad, aunque humildes, seamos grandes.
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