Juan
era un interrogante por su vida para quienes lo contemplaban en su tiempo,
¿nuestro actuar hoy es interrogante para la gente que nos rodea?
Juan 2, 22-28; Sal 97; Juan 1, 19-28
¿Quién eres
tú? Nos habrán preguntado más de una vez, sobre todo personas que nos conocen,
pero que nos ven actuar en determinadas situaciones de una forma que es lo
normal que todo el mundo haga y no entienden cuál es nuestra función las
razones que nosotros podamos tener para actuar de una determinada manera, o nos
plantearán por qué nosotros actuamos de una manera distinta en lugar de
simplemente dejarnos arrastrar por lo que todo el mundo hace.
Y se
preguntan por nuestra vida, por las razones que podamos tener para actuar como
lo hacemos de una determinada manera. Nos extrañamos incluso de nosotros
mismos, por nuestra valentía, por la nobleza de nuestro corazón, por ese actuar
en momentos determinados pero desde unas razones. Son interrogantes por nuestra
manera de actuar que no es lo que vemos todos los días. Y pudiera ser que
nuestra manera de actuar cuestione lo que hacen los otros, da para pensar y
para razonar; con demasiada frecuencia abandonados unos principio, ponemos en
peligro la moralidad y la ejemplaridad de nuestros actos. ¿Quién eres tú? Que
es algo más que una pregunta retórica. Vacía estaría nuestra vida si no
interrogamos a nadie.
Había venido
una embajada desde los principales de Jerusalén hasta Juan que estaba
bautizando en el desierto, en las orillas del Jordán. Ya la misma presencia de
Juan era un interrogante, por su forma de vestir y de vivir, por los alimentos
que tomada, por aquel bautismo con que hacía bautizarse a los que escuchaban
sus palabras y se mostraban en cierto modo receptivo del mensaje que anunciaba.
Se preguntaban si era un profeta, allí estaba su forma de vivir. Ellos que
esperaban la pronta venida del Mesías, pensaban si acaso Juan no lo era. Por
Jerusalén andan inquietos por esos profetas que van surgiendo y que les hace
sentirse incómodos y ahora vienen a preguntar a Juan quien era él, con que
autoridad se atrevía a predicar, con qué autoridad bautizaba allá en Jordán. Se
les estaban rompiendo los moldes a los que se habían hecho una religión a su
medida o a sus intereses, y Juan les resultaba incómodo.
Y Juan da
testimonio, ni es el profeta, ni es el Mesías, ni es Elías que ha vuelto, tal
como creían muchos que había de suceder por algo que habían dicho algunos
profetas desde antiguo. Y él les dirá: ‘Yo bautizo con agua; en medio de vosotros
hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de
desatar la correa de la sandalia’. El es solo la voz,
él es solo el que da testimonio, el bautiza con agua porque solo es una invitación
a la penitencia, pero vendrá el que lo transformará todo, porque será en verdad
el salvador. ‘En medio de vosotros hay uno que no conocéis’.
Pero será
la pregunta que de una forma o de otra también le harán a Jesús. Con Jesús se
sienten aún más incómodos. Y le preguntarán por su autoridad para hacer lo que
hace, y hasta llegarán a atribuirle que lo que hace es con el poder de Satanás,
o se escandalizarán porque se presenta como el que tiene poder para perdonar
los pecados. Lo que hoy escuchamos en el evangelio es solo un anticipo.
Aquí
quizás nos convendría hacernos algunas preguntas. ¿Nos sentimos interrogados
por el actuar de Jesús como en aquellos tiempos se sentían interrogados por lo
que hacía Juan, tanto como para enviarle una embajada a preguntar? Pero quizás
tendríamos que hacernos alguna pregunta más directa aún. ¿Somos nosotros un interrogante
para los demás por nuestra forma de actuar hoy, por la forma de vivir nuestra
fe, por la forma cómo nosotros nos manifestamos como cristianos? ¿Alguien nos
habrá hecho también esa pregunta ‘quién eres tú’? ¿Habrá visto la gente que
nos rodea, por ejemplo, algo distinto en nuestra manera de celebrar la navidad?
Triste
sería, hay que reconocerlo, que no fuéramos interrogante para los que nos
rodean, porque no ven algo distinto en nosotros.
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