Los
mejores cimientos para hacer de nuestro mundo el Reino de Dios los tienen los
pobres y los humildes que no ponen la confianza en si mismos sino en Dios
Sofonías 2, 3; 3, 12-13; Sal 145; 1Corintios
1, 26-31; Mateo 5, 1-12a
Me atrevo a
comenzar afirmando que son los pequeños, los sencillos, los humildes los que tienen las mejores piedras
que sirvan de cimiento en la construcción de un mundo mejor. En esa dialéctica
que se nos presenta de con quien contar cuando pretendemos realizar una obra
importante, es fácil la tentación de querer buscar a personas de influencia, a
personas de poder en todos los sentidos, a personas que nos parece que son los
que están mejor dotados para realizar esa tarea.
¿Nos
estaremos equivocando? Quizás esas personas muy llenas de si mismas solo se
buscarán a sí mismas, porque no querrán perder esa influencia, esa poder
aumentar sus propias ganancias y cuando
hablamos de ganancias podemos hablar de lo material o económico pero
podemos hablar de la capacidad de influir o incluso manipular para que aumente
su propio poder. Puede parecer el pez o el perro que se muerde el rabo, pero de
alguna manera es lo que vemos que sucede. Quien se sienta en el sillón del
poder difícilmente se querrá bajar de él, sino que lo que querrá es aumentarlo
cada día más.
El que nada
tiene ha aprendido a no poner su confianza en la posesión de cosas, por
ejemplo, que no tiene, sino en si mismo, en su capacidad de lucha, en su
humildad para saber comenzar desde abajo, en esa búsqueda de personas con los
mismos sueños y los mismos ideales para realizar un trabajo de conjunto que a
todos nos haga crecer como personas en ese deseo de conseguir siempre lo que
sea mejor no para unos solos sino para todos. Los pequeños y humildes granos de
arena debidamente valorados en lo que en sí son harán el montón o la montaña
para transformarlo todo.
Ya nos
hablaba el profeta hoy de ese pequeño y humilde resto de Israel que será de
donde parta la restauración del pueblo de Dios. En aquellos momentos difíciles
de la historia del pueblo, los poderosos o habían huido para refugiarse de las
catástrofes que se avecinaban, o se habían unido a los que pretendían dominar
sobre el pueblo de Dios, solo queda un pequeño resto, de gente humilde y que ya
nada tiene, pero han sido los que han puesto su confianza en el Señor y serán
la base de esa futura restauración de Israel.
En ese
sentido nos está hablando Jesús. Han llegado los tiempos mesiánicos; El mismo
lo ha anunciado como buena noticia en la que hay que creer, pero para la que
tenemos que realizar un proceso de conversión. Y esa conversión pasará por descubrir donde está el verdadero
camino de salvación. Solo los que son incapaces ya de poner su apoyo y su
confianza en valores del mundo o en valores materiales porque nada tienen serán
el arranque de ese nuevo pueblo de Dios.
Por eso se ha
mostrado Jesús realizando esos signos de ese cambio profundo que ha de
realizarse si en verdad queremos optar por el Reino de Dios; los milagros que
va realizando son signos de ese mundo nuevo; y es precisamente acercándose a
los pobres, a los enfermos, a los que nada tienen y parece que han perdido sus
esperanzas donde Jesús hace el anuncio de esa buena nueva, de esa noticia de salvación
para todos.
Y serán los
pobres y los sencillos, los que nada tienen y tienen su corazón lleno de
angustia y sufrimiento, pero los que son capaces de compartir lo poco que
tienen con los demás, los que tienen esa disponibilidad en el corazón para
buscar siempre lo que es bueno y lo que es justo, los que tienen el corazón
vacío de ambición pero muy lleno de búsqueda de rectitud y verdad, los que
parecen incomprendidos de todos porque nunca piensan en si mismos sino que
siempre estarán buscando lo bueno para los demás, los que van a entender de ese
Reino Nuevo del que habla Jesús, los que en verdad van a vivir el gozo y la
alegría de pertenecer a él, los que van a encontrar la mayor dicha en eso bueno
que buscan para los demás.
De ellos es
el Reino de los cielos, alcanzarán el mayor consuelo, sentirán la satisfacción de
ver felices a los demás cuando vayan saciando sus vidas de lo mejor, podrán
descubrir mejor que nadie el rostro de Dios, son los que en verdad se llenarán
de Dios y serán dichosos sin fin. Como decíamos al principio son los que
mejores piedras tienen para los cimientos de la construcción del Reino de Dios.
Es el mensaje
que nos ha dejado hoy Jesús en el evangelio con las llamadas bienaventuranzas.
Es el mensaje sublime que nos ofrece el evangelio y que muchas veces tanto nos
cuesta entender, pero más aun, tanto nos cuesta vivir. Somos esos pequeños de los que nos habla
Jesús, pero reconocemos que también nosotros muchas veces tenemos la tentación
de los grandes, la tentación del orgullo y de la vanidad, la tentación de esa
búsqueda de poder o de influencia no precisamente para el bien. Por eso siempre
hemos de tener en cuenta esa primera exigencia que Jesús nos hace para creer en
esa Buena Noticia del Reino, hemos de estar siempre dispuestos a la conversión
del corazón.
Así tendremos
en verdad los mejores cimientos del Reino de Dios que queremos para nuestro
mundo.
Qué así sea
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