Peregrinamos
haciendo camino de esperanza iluminados por la luz de Jesús que también nos
trae María a quien invocamos como la Virgen de Candelaria
Malaquías 3,1-4; Sal 23; Hebreos 2,14-18;
Lucas 2,22-40
En la vida
nos encontramos en ocasiones gente que va derrotada por la vida, cansados de
sus luchas han perdido las esperanzas de algo nuevo y distinto; algunas veces
los catalogamos como viejos que ya vienen de vuelta de todo sin ilusión por
nada que simplemente se van dejando arrastrar. No tendríamos que decirles
viejos, sino más bien muertos, porque por el contrario nos encontramos con
personas mayores, viejos en edad si queréis decir, pero que no han perdido la
vitalidad de su espíritu, siempre buscan y esperan algo nuevo, siempre quieren
hacer algo con lo que ir transformando nuestro mundo a mejor. Es el amor a la
vida y la esperanza que los mantiene vivos.
Son
realidades que nos encontramos. Unos pueden convertirse en un peligro para
nosotros si también logran quitarnos la ilusión, pero los otros son un estímulo
para nuestro camino, que algunas veces se nos puede hacer duro.
¿Por qué me
hago esta previa o introductoria reflexión? Es que hoy se nos habla en el
evangelio de un anciano que a pesar de sus muchos años no ha perdido la
esperanza. Cada día viene al templo de Jerusalén esperando que se cumplan las
promesas del Señor y que él siente muy vivas en si mismo. Es el anciano Simeón
– aunque también vemos a otra anciana, Ana, con la misma fe y esperanza – que
recibe a aquella familia de la lejana Nazaret que viene a hacer la presentación
de su primogénito al Señor. Con gozo da gloria al Señor porque sus ojos han
podido contemplar al Salvador anunciado y esperado. El espíritu del Señor le ha
revelado en su interior que aquel niño es el prometido Mesías de Israel.
La
celebración de este día tiene tintes y resplandores de luz y de esperanza.
Litúrgicamente estamos celebrando la presentación del niño Jesús en el templo,
como primogénito de aquel matrimonio y familia de José y de María, para cumplir
con la ley de Moisés, en que todo primogénito varón había de ser presentado al
Señor a los cuarenta días de su nacimiento. Cuarenta días cumplimos hoy de la
celebración de la Navidad del Señor y es la celebración propia de este día.
Como decíamos
tiene la celebración resplandores de luz y esperanza, que lo expresamos en esa
procesión de las candelas con que se inicia la celebración de este día. Es el
peregrinar de los creyentes que hacemos camino iluminados por la luz de Jesús
que llega a nuestras vidas. Es el peregrinar lleno de esperanza en búsqueda de
esa salvación, que transforme nuestros corazones, pero de esa salvación que
ponga luz en este mundo tan envuelto en tinieblas en el que vivimos.
Pero
caminamos con esperanza, no nos dejamos derrotar por esas tinieblas y
oscuridades que nos cercan. Como el anciano Simeón, que también vivía momentos
difíciles como era la situación del mismo pueblo de Dios en aquellos momentos. Pero
el anciano mantuvo su esperanza porque había puesto toda su confianza en la
palabra del Señor que había recibido.
Es lo que
nosotros también queremos hacer, mantener la esperanza, poner nuestra confianza
en la Palabra del Señor, porque en verdad queremos irla plantando en nuestra
vida. Es así como haremos un mundo mejor. Tenemos que iluminar la vida, tenemos
que iluminar nuestro mundo.
No nos
podemos dar por derrotados, por muchas que sean las oscuridades que encontremos
en nuestro entorno. Nunca podemos decir que no podemos hacer nada, que como
vemos las cosas no hay nada que hacer. No podemos combinar sentimientos así con
lo que es nuestra fe. Nuestros valores, esos valores que aprendemos del
evangelio de Jesús y que nos llenan de esperanza, tenemos que hacerlos
resplandecer para que esa luz se vaya contagiando en nuestro entorno. Es de eso
bueno, de esa esperanza de la que tenemos que contagiar cuanto nos rodea, es el
testimonio que tenemos que dar. Es a lo que nos está invitando esta fiesta de
hoy.
Una fiesta en
la que sentimos de manera especial la presencia de María. Ahí nos la presenta el
evangelio cuando se le anuncia que una espada traspasará su alma. Pero Maria es
la mujer que se mantiene firme siempre en su fe y en su esperanza. ¿No la
veremos caminar hasta la montaña a la casa de Isabel y de Zacarías para llevar
aquella luz que ya ella llevaba por dentro?
Pero para
nosotros los canarios en este día hay una presencia especial de María cuando la
invocamos como la Candelaria, la que lleva la candela, esa luz en su mano para
iluminar al mundo. Su imagen bendita fue adelantada en nuestras islas para
hablar del Señor del cielo y de la luz que vendría a iluminar nuestras islas
con el anuncio del evangelio de Jesús. Se me ocurre que a ella la podemos
llamar protoevangelio de nuestras islas porque su presencia fue un adelanto del
anuncio del Evangelio.
Así hoy la
celebramos y nos gozamos con ella. Así sentimos su protección y la invocamos
como madre. Así queremos que en nuestras islas siga caminando junto a nosotros
para que nunca nos falte esa luz del evangelio que mantenga viva nuestra esperanza.
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