Jesús se nos manifiesta también en los que quieren ayudarme,
hacerme reflexionar, en esas llamadas que sentimos en el corazón y no queremos
escuchar
Hebreos 11,32-40; Sal 30; Marcos 5,1-20
Como me diría
mi madre a veces somos tozudos; nos empeñamos en lo que estamos haciendo y viendo que las
cosas no funcionan seguimos intentándolo una y otra vez aunque nos salga mal,
no por deseo de superación sino por nuestro capricho y nuestro orgullo que no
queremos dar el brazo a torcer. Y ya no solo se trata de que en un trabajo que
estemos realizando no tengamos el arte de sacarlo adelante, sino que muchas
veces es en nuestra propia vida que no queremos corregirnos, no queremos
reconocer el error, no tenemos la humildad de decir que no nos estamos o no nos
hemos portado bien.
Rechazamos la
corrección, rechazamos la mano que se nos ofrece para salir de esa situación,
rechazamos el consejo y la palabra amable que quiere ayudarnos. Como decíamos,
somos tozudos, somos orgullosos, estamos llenos de soberbia. Y así no llegaremos
a ninguna parte.
Hoy en el
evangelio nos encontramos con un hecho sorprendente. Cuando han atravesado el
lago han llegado a una región que ya propiamente no es territorio judío; son
otros los que allí viven, es Gerasa, junto al lago pero territorio palestino si
queremos decir, pero no considerado territorio de Israel. Lo primero que se
encuentran es a un hombre poseído por el espíritu del mal. Ya nos da muchos
detalles el evangelista, de donde habita y de su modo de comportarse.
Además se
encara a Jesús. ¿Qué vienes a hacer aquí? ¿Por qué nos importunas? Esto es
territorio mío, déjame con mis obras, podríamos decir que algo así es lo que
le4 dice a Jesús. ‘¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo
de Dios altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes’.
Su nombre
es legión, porque son muchos. Se resiste a la acción de Jesús. Prefiere
quedarse en su situación. ¿Nos recuerda algo de lo que son muchas veces
nuestras posturas y actitudes? Como decíamos antes nos resistimos cuando no
queremos escuchar un consejo, nos resistimos cuando nos negamos a que nos den
la mano, nos resistimos obtusos en nuestro orgullo. Y ahora cuando escuchamos
este pasaje del evangelio hasta quizás nos atrevemos a juzgar y a condenar a
aquel hombre.
Finalmente
Jesús lo expulsa aunque se apoderan, por así decirlo, de una piara de cerdos
que por allí anda hociqueando con sus cuidadores y que se arroja acantilado
abajo a las aguas del lago, pereciendo todos.
Ante todo
el barullo que se ha formado, probablemente los cuidadores de los cerdos habrán
ido al poblado más cercano contando lo sucedido, esto hace que las gentes del
lugar salgan al encuentro de Jesús. Podríamos pensar que agradecidos porque se
has visto liberados de aquel espíritu maligno que atormentaba a aquel hombre –
ahora sentado allí a un lado sin saber quizá ni lo que le ha sucedido – pero le
piden sin embargo que se marche a otros lugares. También rechazan la acción de
Jesús. ¿Por qué veían peligrar con la muerte de los cerdos – para los judíos
animales impuros pero para ellos no – su propio medio de vida? ¿No rechazaban a
Jesús los principales del pueblo de Israel porque también podían ver en
peligros sus influencias y manipulaciones?
Y nosotros
¿cómo recibimos a Jesús? Porque Jesús se nos está manifestando también en esos
que quieren ayudarme, esos que quieren hacerme reflexionar sobre mi vida, en
esas llamadas que sentimos tantas veces en el corazón pero que no queremos
escuchar. Mira si acaso nosotros no estaremos actuando de la misma manera que
aquellas gentes.
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