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jueves, 19 de mayo de 2022

Soy feliz porque amo, ojalá llegamos a esa sublimidad en el amor que no busca premios ni recompensas

 


Soy feliz porque amo, ojalá llegamos a esa sublimidad en el amor que no busca premios ni recompensas

Hechos de los Apóstoles 15, 7-21; Sal 95; Juan 15, 9-11

Podríamos decir que entre los parámetros humanos del amor está el que nos sintamos felices porque seamos correspondidos en nuestro amor. Amamos y nos llenamos de alegría, es cierto, cuando al mismo tiempo nos sentimos amados por aquel en quien hemos depositado nuestro amor y todas las muestras señales de ese amor. Es cierto que nos sentimos felices cuando somos amados; y nos llena de satisfacción el ver que a quien amamos nos corresponde.

Pero ¿nos podemos quedar ahí? ¿Habrá algún paso más sublime en el amor? Si no somos correspondidos, ¿seríamos capaces de seguir amando? Creo que es un peldaño más que subimos en nuestro amor que así se hace más sublime, cuando nos sentimos felices simplemente por el hecho de amar, aunque no fuéramos correspondidos. Humanamente es difícil pero en ello se manifiesta toda la sublimidad del amor. Ser capaces de amar así, con un amor gratuito, porque no estamos buscando ninguna recompensa, porque sentimos en nosotros mismos esa satisfacción de lo bueno que hacemos, del amor que regalamos.

Es de ese amor del que nos habla Jesús. Nos habla de un amor tan grande que es capaz de dar la vida por aquel a quien amamos. Es lo que contemplamos en Jesús. Es la sublimidad del amor de Dios. ‘Aunque no hubiera cielo, yo te amara’, era una oración hermosa que algunos aprendimos de chicos, porque el regalo, la felicidad está en el mismo hecho de amar.

Sin embargo aplicamos demasiados parámetros humanos a nuestro amor y al amor que le tenemos a Dios, porque buscamos la recompensa, porque buscamos el premio, y pareciera que todos aquellos gestos de amor que vamos realizando en la vida son puntos y valores que hacen crecer nuestra cuenta para buscar y merecer un premio cada vez más grande.

Muchas hemos andado con esas contabilidades en nuestra vida espiritual, tantos rosarios, tantas limosnas, tantas Misas, tantas visitas al Santísimo, tantos primeros viernes, tantos enfermos que visitamos o atendimos, y así queremos ir haciendo crecer nuestra cuenta, como si fuera la factura de gastos que le vamos a presentar a Dios cuando nos pongamos en su presencia tras la hora de la muerte. Y claro como ya hicimos una buena cantidad de cosas, ahora ya nos podemos relajar un poquito y no hace falta darle tanta intensidad. ¿No tendríamos que reconocer que hay una cierta mezquindad en un amor así que contabiliza lo que ha hecho?

Hoy Jesús nos dice simplemente que permanezcamos en su amor. Y hemos aprendido a permanecer en ese amor desde el amor grande que Dios nos tiene. No es otra cosa que vivir esa unión de amor a semejanza de lo que es el amor de la Trinidad de Dios. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor’, nos dice Jesús. Y nos lo está diciendo para que aprendamos a disfrutar de la alegría del amor. ‘Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud’.

Es que Jesús nos está hablando de la sublimidad del amor. Un amor siempre gratuito, siempre generoso, siempre universal; un amor que es darse sin medida, que me hace olvidarme de mi mismo, porque lo que importa es que amo, a quien amo. Soy feliz, porque amo, tendríamos que terminar diciendo, no importa nada más. Puede parecer difícil, porque siempre puede aparecer nuestro orgullo y nuestro amor propio, pero cuando aprendemos a hacerlo, será lo más fácil y lo más hermoso del mundo.

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